martes, 11 de octubre de 2011

Noel Gallagher - 'Noel Gallagher's High Flying Birds'




Ya está aquí. Se acabó la espera, la incertidumbre, la impaciencia que despierta un disco tan ansiado como temido. Y digo temido porque somos muchos los que esperábamos el primer trabajo en solitario de Noel Gallagher como agua de mayo, no solo tras la ruptura momentánea (apuesten fechas de regreso) de Oasis, sino desde que se empezó a barajar la posibilidad de que, entre disco y disco de los de Manchester, el mayor de los hermanos agarrara su acústica y se pusiera a componer para un posible trabajo individual. Una vez finiquitada la banda tras publicar el magnífico ‘Dig out your soul’, recibido como enésima resurrección de una banda que nunca llegó a estar creativamente muerta y cuyos logros continúan esperando a ser aplaudidos como merecen, las esperanzas se convirtieron en realidad. Lo realmente sorprendente, y pocos podíamos imaginar, es que sería Liam el que golpeara primero, llevándose a la mayoría de los miembros que formaron la última etapa de Oasis para formar Beady Eye, grupo que facturo un disco tan cercano al brit pop como a los aromas sesenteros que siempre rodearon a las, hasta el momento, mínimas aspiraciones creativas del hermano pequeño. Noel, mientras tanto, permanecía en silencio, sin apariciones públicas o noticias que indicaran los movimientos que estaba haciendo desde el final de ‘su’ banda. Pero, con la misma naturalidad con la que se despidió en 2009, regresaba a las portadas con el anuncio de dos discos, el primero de ellos, ‘Noel Gallagher’s High Flying Bird’, que, retomando la primera frase de esta crítica, ya está aquí.

Es inevitable que un tipo que ha escrito canciones como ‘Champagne Supernova’, ‘Wonderwall’, ‘Live Forever’, ‘Supersonic’, ‘The importance of being idle’ o ‘Don,t look back in anger’, provoque todo tipo de expectativas ante una colección de temas compuestos, como en los viejos tiempos, exclusivamente de su puño y letra, de ese modo, este primer trabajo en solitario de Gallagher se escucha, inevitablemente, con el listón que solamente se ponen a aquellos compositores que, de un modo u otro, forman parte de la Historia, en este caso moderna, de la música. Y, una vez disfrutado al completo, uno descubre que toda la genialidad que se le supone está ahí, intacta, rodeada de una épica que, por primera vez en mucho tiempo, se escucha natural, idónea, característica de sus mejores composiciones. Y uno intenta encontrar, porque la búsqueda es constante, un error que anule o, al menos, rebaje las esperanzas depositadas. Pero no lo encuentra. Desde su arranque con la que es, con toda probabilidad, la mejor canción del disco, la apabullante ‘Everybody’s on the run’, y hasta que se va diluyendo la hermosa psicodelia de ‘Stop the clocks’, Gallagher ofrece la mejor colección de canciones que ha escrito desde el lejano ‘What,s the story (Morning Glory)’ (1995). Desde baladas marca de la casa (‘If i had a gun’, ‘(I wanna live)In my record machine’), pasando por el pop más clásico, ese que bebe de Beatles y Kinks desde el respeto y la admiración, con temas melódicamente intachables como ‘Dream on’, ‘Broken Arrow’ o esa joya con la que todo comenzó, ‘The death of you and me’, pasando por el rock entre psicodélico y progresivo (‘Soldier Boys and Jesus Freaks’ y (Stranded on) The Wrong Beach, respectivamente) e, incluso, llegando a tontear con la música más bailable (‘Aka…What a life’), Noel plasma en diez canciones todo su universo creativo demostrando que con este ‘High Flying Birds’ ha hecho lo que le ha dado la real gana y, seguramente, lo que más ansiaba hacer, un disco sin tener que dar explicaciones ni justificaciones.

La respuesta del público siempre es imprevisible pero parece difícil que todos aquellos que admiran la obra de Noel Gallagher se sientan decepcionados o desilusionados ante este, reitero, ansiado trabajo en solitario, un disco al que le sobran motivos para alcanzar, holgadamente, el sobresaliente. La matrícula de honor la guardamos para sus próximos trabajos ya que, lo mejor de ‘Noel Gallagher’s High Flying Birds’ es que no es más que el primer paso, ya huella, de un camino que acaba de comenzar y ante el que uno, tras dejarse cautivar por diez temas impecables, no puede más que aguardar la mejor de las metas. Esa desde la que uno, al echar la vista atrás, (re) descubre las maravillas del tramo recorrido. Y, no dudéis, estas canciones formarán parte de las mejores huellas. Hasta entonces, la misión es escucharlas hasta convertirlas en recuerdos. De los imborrables.

lunes, 23 de mayo de 2011

"Piratas del Caribe. En mareas misteriosas" - Hundir la flota



Desde aquí me parece escuchar lo que ocurre dentro de los despachos de Walt Disney. Los aplausos y las felicitaciones, las botellas de champagne francés reservadas para una ocasión especial, las palmaditas en la espalda. La locura del éxito. "Lo hemos conseguido. ¿Qué importa robarle la dignidad a una saga que nos ha dado tanto? Lo importante es que los dólares ya están en casa". Y, mientras tanto, Johnny Deep podrá volver a los brazos de Tim Burton con su enésima colaboración en "Dark Shadows" tras repetir en la piel de un personaje emblemático, icónico, pero también tras reiterar tics, amaneramientos y gestos que, de conocidos, pierden encanto. Pero, repito, poco parece importarle todo esto a los responsables de "Piratas del Caribe. En mareas misteriosas", la cuarta entrega, que no lo es, de una de las franquicias más dignas de la factoría Disney.

Cuando se bajaron del barco, nunca mejor dicho, pilares tan importantes de la trilogía inicial como Keira Knightley, Orlando Bloom y, el director, Gore Verbinski, uno podía intuir que es lo que estaba ocurriendo. Una estrategia de marketin puro y duro construido para el éxito taquillero, para arrastrar a las masas a los cines donde reencontrarse con el capitán Jack Sparrow, un personaje asentado en la memoria cinéfila colectiva que merecía un retorno mucho más digno. Para empezar, al menos, alguna muestra de cariño hacia las anteriores películas "piratas", las cuales son absolutamente ignoradas en una trama que da pie a una película que actúa como si ninguna de sus anteriores entregas hubiera existido. Si acaso, la única referencia es la desmesura. Al igual que su antecedente más inmediato, aquella ambiciosa, arriesgada e irregular "Piratas del Caribe. En el fin del mundo", la, a todas luces, excesiva duración de la cinta juega muy a su contra, alcanzando cotas de sopor importantes, especialmente en todo el tramo ambientado en la isla, ambientación que se aprovechó de, infinita, mejor manera en la, infravalorada y brillante, "Piratas del Caribe. El cofre del hombre muerto".

Pero no todo es negativo. Por supuesto que las aventuras de Sparrow siguen siendo entretenidas y se agradece el regreso a ese tono desenfadado y divertido que caracterizaba a su primera entrega. Incluso en sus mejores momentos, entre los que destaca sobremanera el encuentro con las sirenas, "Piratas del Caribe" demuestra que, con un poco más de intención, se podría haber conseguido algo más que una buena película. Pero, por desgracia, ni la aparición del personaje de una aceptable Penélope Cruz, ni, desde luego, la incursión de tramas paralelas que no hacen más que interrumpir el ritmo trepidante que se le intenta dar al film, consigue elevar "Piratas del Caribe. En mareas misteriosas" más allá del aprobado justo. No consigue hundir la flota entera pero es poco botín. Sobre todo para Sparrow.

domingo, 15 de mayo de 2011

"Medianoche en París" - Allen del presente




Woody Allen es, probablemente, uno de los directores que más cara le ha plantado al paso del tiempo. En activo, como director, desde 1969 y ofreciendo una película anual a partir de la maravillosa “La comedia sexual de una noche de verano”, hace ya 29 años, nada más y nada menos, el genio neoyorkino se encaraba con el tic tac del reloj en una especie de carrera imposible hacia la inmortalidad artística a través de su obra, al renacer constante con sus historias, homenajeándolas, respetándolas y creando una especie de retroalimentación cinematográfica que, solamente, es posible cuando uno tiene en su haber un buen puñado de obras maestras, como es el caso. Alabado hasta la extenuación en su época dorada, la que da comienzo con “Annie Hall” y concluye con “Delitos y faltas”, y criticado con semejante devoción en su última época, de “Celebrity” a “Conocerás al hombre de tus sueños”, esa joya subestimada del pasado año, Allen no ha cesado en un empeño que, todo indica, es más una técnica de supervivencia, un amor desproporcionado a escribir y rodar, a contar historias, grandes o pequeñas, complejas o sencillas, de un tipo que, clarinetes aparte, no comprendería, ni soportaría, la existencia sin sentarse cada día a poner palabras a unos personajes que pertenecen, por derecho propio, a un universo artístico inconfundible. “Medianoche en París”, su último estreno, parece volver a poner de acuerdo a unos y a otros, los que no han tardado en gritar a los cuatro vientos que el “Woody Allen de antes, ha vuelto”, y a todos los que, como un servidor, nunca percibimos que desapareciera del todo. En cualquier caso, el arte y el paso del tiempo, elementos de esta introducción, servirían también para resumir las dos claves que encierra la última película de Allen que, para una vez que estamos casi todos de acuerdo no vamos a obviarlo, pasa por ser su mejor película desde “Match Point”.

A través de una premisa argumental de la que es mejor saber no saber nada o, en su defecto, lo mínimo, Allen escribe, con su mejor tono, una historia original, brillante, llena de una melancolía implícita que se ejemplifica a la perfección en esas calles parisinas mojadas por una lluvia que, es lo que tiene la “ciudad del amor”, te dan ganas de patear sin paraguas de arriba abajo. Lo mismo que le sucede a un Owen Willson correcto en su papel pero, demasiado, lastrado por una sucesión de tics “allenianos” que, por momentos, nos puede parecer un concurso de imitadores (buenos, eso sí) más que una interpretación propia. A pesar de todo, lo que le rodea está tan bien contado y llevado que uno no puedo más que sumergirse de lleno en una aventura romántica/temporal que, más allá de tener el mejor giro de guión en la filmografía del neoyorquino en la última década, supone una nueva demostración de ingenio e inteligencia marca de la casa, un soberbio trabajo de constante creación de escenas memorables, que respiran vida propia gracias a una sucesión de personajes tan conocidos como inolvidables, entre los que, si hay que quedarse con uno, emerge un Ernest Hemingway inconmensurable.

Como sucede en la mayoría de ocasiones en la filmografía de Allen, la historia, sus personajes, incluso su, en esta ocasión, deslumbrante entorno (pocas veces París ha aparecido en pantalla tan cautivadora), son, en realidad, una excusa para llegar a una idea personal marcada por la reflexión humana, esa que siempre parece tan propia pero que, no nos engañemos, es tema universal. En esta ocasión, la inconformidad continua de las personas ante su presente, la necesidad, casi obligatoria, que nos imponemos con esa manida frase de “cualquier tiempo pasado, fue mejor”, un lastre que, no solamente no nos permite disfrutar de un día a día con el que tendríamos, más que suficiente, trabajo para alegrarnos y deprimirnos por igual, sino que empaña la opción de mirar al futuro con, al menos, perspectiva. Muchos podrán encontrar reivindicativo el mensaje de “Medianoche en París”, leerán entre líneas la declaración de principios de un director que parece exigir una tregua ante todos aquellos que se empeñan en comparar su obra del 2011 con la de 1977, un ejercicio tan incoherente como injusto, que anula cualquier atisbo de la, inevitable, madurez del autor. Pero, no se confundan, este Allen no es el del pasado, es el Allen del presente y, seguramente, cuando recordemos dentro de un año este maravilloso paseo parisino que hemos hecho de su mano, suspiremos con la naturalidad que conllevan las grandes películas que conviertes en un tesoro personal. Pero, quien sabe, quizás pensemos en ella andando bajo la lluvia, camino de una de esas salas en las que, como cada año, nos sentaremos para ver que se cuenta este lujo para la cabeza y el corazón disfrazado de director de cine. Y, será entonces, cuando el presente nos parezca algo, completamente, inmejorable.

sábado, 23 de abril de 2011

"Código Fuente" - Ocho minutos




Canta Andrés Calamaro en la mejor canción de su impecable repertorio, "Paloma", aquello de: "si me olvido de vivir, colgado de sentimientos, voy a vivir para repetir otra vez este momento". Leída, simplemente parece una de las, múltiples, perlas líricas del genio argentino pero, también sirve, más allá de suponer una muestra de romanticismo desbocado, el que, a la postre, es el núcleo central de "Código Fuente", la segunda película como director de Duncan Jones el, como apunte, responsable de la brillante "Moon" y, como cotilleo gratuito, hijo de David Bowie. La reiteración de un mismo momento, la necesidad de vivir intensamente cada segundo, el inevitable tic tac del reloj ante un desenlace inminente, se descubre como corazón de una película que encuentra en la ciencia ficción su contenido y en Alfred Hitchcock, su forma. El resto de logros, muchos, son cosa de Jones.

Su mencionado debut, "Moon", ya mostraba las dotes del realizador para contar con brío y contundencia una historia paranoica y asfixiante con la que "Código Fuente" solamente comparte un par de apuntes pseudofilosóficos que, para ser honestos, son lo más flojo del conjunto. Y es que, con este segundo largometraje, Jones ofrece un recital de como armar un buen thriller, partiendo de una premisa tan arriesgada como genial. Todo en "Código Fuente" está contado con sabiduría narrativa y con ritmo trepidante, algo que alcanza aún mayor mérito si tenemos en cuenta que el 80 por ciento del relato se produce en un mismo lugar, en una misma escena y con unos mismos elementos. Pero, ahí reside el éxito de la película, en la capacidad para evolucionar, para ir descubriendo, poco a poco, las cartas de una partida que, como casi todas, se la juega definitivamente en la última tirada, es decir, su desenlace, en esta ocasión, más sencillo de lo que parece y más complejo de lo que debiera.

Juego de espejos y pequeños detalles, "Código Fuente", une el clasicismo del thriller más convencional, ataque terrorista incluido, con la ciencia ficción más reciente, (¿quién dijo "Origen"?), para dar forma a un espectáculo narrativo, que no visual, al que pocos "peros" se le pueden poner más allá del romanticismo del que, en ocasiones, abusa. En definitiva, el segundo trabajo de Duncan Jones sirve para confirmar, al menos, tres cosas. Por un lado, que aquí hay un director hecho y derecho. Por otro, que el género del thriller, mientras estén al frente gente como Nolan, Fincher o Jones, estará en buenas manos. Y, por último, que una historia, cuando está bien contada, se pasa volando. Como si fueran ocho minutos, vamos.

"Scream 4" - Cosas que nunca cambian



Parece que fue ayer cuando, por primera vez, nos encontramos ante el temido Ghostface, ese asesino carismático y ágil, capaz de aparecer tras una puerta y, al segundo, salir de un armario cuchillo en mano. Aquella primera llamada, aquella frase que helaba los nervios ("¿cuál es tu película de terror favorita"?), aquel primer asesinato, aquel primer grito. Y, reitero, parece que fue ayer pero, desde que Wes Craven se sacara de la manga "Scream", la película que dió inicio a un subgénero del terror basado en las dosis exactas de sustos, humor y chicos/as guapos/as con un destino final bastante claro, han pasado, nada más y nada menos, que 15 años. Desde entonces, ya se sabe, dos secuelas que mantuvieron el tipo, en especial la segunda, y una larga lista de films de terror adolescente que le deben la totalidad de su existencia a esta saga que llega, en el 2011, a su cuarta entrega. Cuando nadie la esperaba.

El principal enemigo que se le suponía al regreso de Ghostface era, justo eso, el paso del tiempo. Aquellos adolescentes que llenamos las salas de cine de gritos y risas en los noventa hemos crecido y, a estas alturas de la película, difícil era que Craven nos sorprendiera. Por otro lado, el público actual se ha visto sometido a tal cantidad de estrenos de terror, imposible enumerarlos, que tampoco parece sencillo que se vean cautivados por la saga, sino lo han hecho ya o si, poniéndonos en lo peor, su referencia directa es la parodia, es decir, "Scary Movie". Por eso, Wes Craven y su inseparable guionista, Kevin Williamson, no han querido arriesgar y han planteado "Scream 4" del mejor modo posible, como una tormenta de referencias, tanto propias como externas, que dan forma a la que, posiblemente, sea la película más retroalimentada que ha pasado por nuestras carteleras en mucho tiempo.

Festival de sustos y sangre, de cine dentro de cine, "Scream 4" patina, precisamente, en la que era una de sus señas de identidad, el sentido del humor, demasiado infantil y reiterativo en esta ocasión y que lastra, en ciertos momentos, el ritmo de la trama. Pequeño "pero" para una película que no desmerece ante sus predecesoras, obviando el hecho de que la primera entrega sigue siendo la mejor por lo novedoso de la propuesta, y que apuesta por lo que Wes Craven y su icónico Ghostface, han buscado siempre: entretener, entretener y entretener. El tiempo ha pasado, si, pero "Scream", quince años después y en su cuarta entrega, sigue siendo una excusa perfecta para asustarse. Después de todo, ya se sabe, hay cosas que nunca cambian.

martes, 19 de abril de 2011

"Caperucita Roja" - Las orejas del lobo




Si por algo destaca el cuento original de "Caperucita Roja" es por su lado tenebroso, ese aroma a historia de terror que se podía leer entre líneas en una trama que alcanzaba su clímax en la, tan surrealista como oscura, escena del lobo feroz disfrazado de abuelita. Los responsables de la adaptación cinematográfica que acaba de estrenarse tenían, por lo tanto, buenos mimbres para dar forma a una estimable película de terror, la oportunidad de aprovechar y explotar las virtudes, muchas, de un cuento universal. Pero con lo que no contaban, o quizás si, era con Catherine Hardwicke, directora responsable de ese producto tan exitoso como infumable llamado "Crepúsculo", una saga que, pese a su indiscutible fama entre un público adolescente ávido de vampiros enamorados y hombres lobo fornidos, supone, especialmente en su mencionado primer capítulo, un deficiente artefacto cinematográfico. La cuestión es que, de un modo u otro, "Caperucita Roja" llega a las temibles manos de Hardwcike. Y las dudas pronto pasan a convertirse en certezas.

Desde sus títulos de crédito, hasta su risible final, esta nueva "Caperucita Roja" decide eliminar cualquiera de los elementos clásicos del cuento en el que, supuestamente, se basa a favor de una trama de telenovela (mala) destinada a satisfacer la sed de cursilería del público adolescente "crepusculiano". Se basa, especialmente, en un triangulo amoroso tan deficiente, risible y soso, que convierte al de la saga vampírica en referente. La evolución de sus tres personajes principales, de los cuales solamente conviene salvar de la quema a una Amanda Seyfried a la que no se le puede negar personalidad y carisma, es previsible, monótona y, para colmo, carece de cualquier química posible entre sus intérpretes. Y es que, no nos engañemos, la conversión de "Caperucita Roja" en love story solo se entiende como, más que discutible, método de atracción de espectadores. Lo peor de todo es que, en alguna que otra sala de cine, se escuchará algún suspiro enamorado ante las demostraciones de cursilería empalagosa que llenan el guión firmado por David Johnson.

Pero no todo es negativo en la película de Hardwicke. Es innegable que la ambientación y atmósfera están ahí, que consiguen, sin mucha dificultad, introducirte dentro del relato. Y, además, cuenta con un punto fuerte a su favor, su subtrama basada en el tópico, pero efectivo, "¿quién ha sido?". Sucede que, cuando la película aparca su romanticismo impostado de anuncio de perfume navideño, y se centra en el misterio, alza el vuelo, convirtiéndose en una especie de "Cluedo", basado en la búsqueda del culpable. Es cierto que tampoco hace falta ser un genio para dar con la solución, pero hasta que eso sucede, uno puede ir dando forma a sus sospechas y conclusiones.

En definitiva, y más allá de si era, o no, necesaria esta adaptación, "Caperucita Roja" supone una entretenida estupidez que quedará como la película de terror que nunca llegó a ser, lastrada por el tufo "Made in Crepúsculo" que destilan la mayoría de sus escenas. Por eso, a pesar de las dos intrascendentes referencias a su original literario, da pena observar como el cine de hoy en día se retroalimenta de sus propios éxitos para vestir, con diferente vestido, al mismo modelo cinematográfico. Pero, cuando salió a la luz que sería Hardwcike quién estaría detrás de la cámara empezamos a verle las orejas al lobo. Demasiado.

domingo, 10 de abril de 2011

"Encontrarás dragones" - Amén



Empecemos con la trama. "Encontrarás dragones" trata sobre la vida y obra de José María Escrivá, creador de la organización religiosa Opus Dei. Él es el máximo protagonista de una película que está viviendo un inesperado éxito en la taquilla de nuestro país. Y, a pesar de que un servidor no comulga, nunca mejor dicho, en absoluto con la ideología que se muestra sin timidez a lo largo de la película, y que no hace falta ser un genio para saber cual es, comprendo a todos aquellos que han salido satisfechos tras ver una película que, a pesar de unos tremendos fallos que a punto están de acabar con ella, consigue equilibrar sus virtudes e, incluso, llega a ofrecer momentos de buen cine.


La mayor parte de culpa de estos logros vienen del mismo lugar: la silla del director. Y es que, Roland Joffé, autor de la notable "La Misión", demuestra una vez más su buen hacer en el cine religioso/histórico gracias a una espléndida dirección que se convierte, sin lugar a dudas, en lo mejor de la película. Todo lo contrario que la estética que da forma a la historia, rancia, antigua, como si de un episodio de "Cuéntame" adaptado a la gran pantalla se tratase. En el plano interpretativo tampoco hay mucho que destacar, si acaso, la comedida interpretación de Charlie Cox ante un personaje que podría haber caído, fácilmente, en la estridencia.


Nos encontramos, en definitiva, ante un estimable relato humano y divino cuyos errores se ven compensados con elementos, como la estupenda banda sonora, y algunas escenas (la primera aparición a Escrivá), que acercan la película hacia ese lugar tan extraño y poco definido donde descansan las historias que, aún sin creer en ellas, consiguen interesarte e, incluso, emocionarte ligeramente. No llega a milagro, pero casi. Amén.

"¿Para qué sirve un oso" - El exceso de la virtud



La amabilidad es un don del ser humano. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Los buenos detalles, la sonrisa, el disculparse por los errores, agradecer los favores que se dan y demás, suponen una virtud en peligro de extinción. El cine puede adaptarse a este cúmulo de situaciones, a esas buenas maneras, a ese intento incesante de contar historias para toda la familia que permitan situar la manida frase de promoción: "le gustará a tu hermano de 5 años y a tu abuelo de 80". Tom Fernández, el cual desarrolló, de manera más que evidente en casi todos los aspectos de sus largos, su carrera en el mundo de la televisión, consiguió un, cuanto menos sorprendente, éxito de taquilla y crítica con su debut en la gran pantalla, "La torre de Suso", intrascendente homenaje a la amistad, madurez y pérdida. No obstante, estaba resuelta con astucia y buen tono, ayudado por un grupo de intérpretes que mostraban su eficacia ante unos personajes bien dibujados. Podríamos decir que aquellos detalles sustentaban, en cierto modo, el conjunto, pero, con su segunda película, esta "¿Para qué sirve un oso?", a Fernández no hay quien le salve.


Difícil hablar de una película que cuenta tan poco y de manera tan sosa y monótona. Para resumir, todos nos sabemos de memoria lo que va a ir ocurriendo a lo largo del metraje, todos conocemos a esos personajes y sabemos lo que les va a pasar, como les va a pasar y, lo peor, como se van a resolver sus, supuestas, tramas. Y es una lástima por que Fernández cuenta con un tridente de actores (de los secundarios mejor no hablar) carismáticos y admirables para lo poquito que tenían donde rascar. Emma Suárez vuelve a ser dulce y encantadora, mientras que Gonzalo de Castro, pese a caer en sus tics más reconocibles, da forma al personaje más interesante del relato, mucho más que su "hermano", un como siempre, espléndido Javier Cámara.


Más allá de ellos, "¿Para qué sirve un oso?", da forma a un panfleto ecológico de hora y media llena de tópicos y buenos sentimientos con los que se prefiere optar a la media sonrisa cómplice que a la risa y, lo preocupante, es que apenas llega a alcanzar ese primer propósito. Hablaba al comienzo de esta crítica del don que supone la amabilidad en el ser humano. Aplicado a la nueva película de Tom Fernández, el exceso de virtud se convierte, inevitablemente, en defecto.

sábado, 9 de abril de 2011

"Río" - Pájaros de Ipanema



Uno de los encantos primitivos del cine es su capacidad indiscutible para transportar al espectador a mundos, lugares, a los que, por suerte o por desgracia, solamente puede acudir a través de la gran pantalla. El género que mayores beneficios está sacando de esta virtud es el de animación, quizás por el lazo imprescindible entre imaginación e historia que se plantea en el arduo trabajo de estos creadores de sueños, con mayúsculas. Los mundos de "Wall E", "Buscando a Nemo" o "Ice Age", por salir del monopolio, justificado, de Pixar, ejemplifican a la perfección el regalo que la animación brinda a su audiencia. Las formas en este género han sido siempre elemento primordial para su éxito. El nivel de genialidad, y consecuente respeto y admiración por parte de la industria, de las cintas de animación en los últimos años se debe, principalmente, al maravilloso equilibrio que se ha creado entre la forma y el contenido. "Río", último estreno animado de lo que llevamos de año, desequilibra la balanza a favor de lo que rodea a la historia, en vez de pulir la misma.

Quizás por lo malacostumbrados que nos tienen los genios de Pixar, omnipresentes cuando se trata de hablar de cine de animación, la historia de "Río" sabe a poco. Nos han contado esta trama de adaptación a un mundo nuevo y posterior superación de trauma demasiadas veces y con el mismo, o mejor, resultado. Nada nuevo bajo el sol en lo que a argumento se refiere. Pero es que, para los creadores de "Río" está claro que lo verdaderamente importante es el astro rey que brille en lo alto de Río de Janeiro, a la postre, auténtico protagonista de la cinta.

Como si de un festival de luces y colores se tratase se nos presenta ante nosotros la ciudad brasileña como lo hacía París en la deliciosa "Rataoutille", es decir, como parte imprescindible de la historia central, como elemento en constante movimiento, escenario perfecto para las vicisitudes que se van presentando en el camino de Blue y sus compañeros, unos secundarios con más o menos carisma pero a los que, inevitablemente, se les termina cogiendo cariño. Y eso es, básicamente, lo que ocurre con "Río", que uno termina conquistado por su encanto especial y diferente. Ese que le aporta, por ejemplo, un bucólico paseo por el atardecer brasileño a ritmo de bossa nova acompañados, no por la chica de Ipanema, sino por sus pájaros. Igual de lindos, por cierto.

lunes, 4 de abril de 2011

"Invasión a la tierra" - Por suerte o por desgracia




A estas alturas deberíamos estar más que tranquilos antes la posibilidad de que algún ser del espacio exterior decida atacar nuestro mundo. No importan las armas que traiga, los planes malignos que haya trazado ni la fuerza e inteligencia superior con la que pueda contar. Mientras decida iniciar esa batalla en los Estados Unidos, podemos dormir a pierna suelta sin desperdiciar un segundo de nuestro tiempo en preocuparnos. Los americanos consiguieron acabar con ellos en la entretenida "Independence Day", la hilarante "Mars Attack", la infame "Skyline" o, la brillante, "La guerra de los mundos". En esta ocasión, y para no variar en exceso el mensaje, contexto y situación, los alienígenas han decidido destruir nuestro planeta, en esta ocasión, para robarnos el agua. Menos mal que han optado por situar su puesto de mando en Los Ángeles, donde los valientes marines americanos están preparados para terminar con toda opción de victoria extraterrestre. Lo sé. Suena a película ya hecha, a historia mil veces contada,pero, quizás por eso, poca gente vaya a salir decepcionada tras ver esta "Invasión a la tierra".

Y es que, la película de Jonathan Liebesman ofrece al público todo lo que se le puede pedir a una historia de este tipo. Testosterona, explosiones, tiroteos, épica y mucha, mucha acción. Todo teñido de ese patriotismo tan característico que, en algunos casos, se ha convertido casi en señal de autor, en marca de la casa. Pero, sin duda, lo mejor que se puede decir de "Invasión a la tierra" es que, en cierto modo, se diferencia estéticamente del resto de sus referentes, utilizando un tono, casi, documental, lo que demuestra una sorprendente, por insospechada, influencia de "Black Hawk Derribado" de Ridley Scott, con la que comparte varios puntos en común,especialmente en su apología del compañerismo y valentía de unos personajes que, por desgracia, parecen sacados directamente del "manual de héroe americano". Sirvan como ejemplo las, incalculables, ocasiones en las que, tanto protagonistas como secundarios, gritan a los cuatro vientos eso de que "los marines nunca se rinden". Un subrayado ideológico tan innecesario como comprensible.

"Invasión en la tierra", nefasta traducción del original "Battle: L.A.", es uno de esos productos trepidantes y excesivos de rápido consumo, dirigido con brío y estimable sentido del ritmo, que se disfrutan con tanta velocidad como se olvidan y que suponen un, secreto, placer para todos aquellos admiradores, no del género fantástico, sino del cine bélico más actual, ese que nace con la obra maestra de Spielberg, "Salvar al soldado Ryan" y que, desde entonces, se ha instalado en el mainstream cinematográfico más reconocible. Una nueva película de extraterrestres malignos con ganas de conquistar nuestro planeta que sirve para dos cosas. Por un lado, para demostrar que el cine americano sabe, mejor que ningún otro, como contar la misma historia una y otra vez sin que, por el camino de la reiteración, se pierda ni un ápice de entretenimiento, y, por otro, que debemos estar tranquilos. Ya sabéis, "los marines nunca se rinden" y, en el cine, menos. Por suerte o por desgracia.

lunes, 28 de marzo de 2011

"Sucker Punch" - Lo tomas o lo dejas




Zack Snyder ha sido muchas cosas desde que alcanzara el éxito masivo con esa excepcional, por oportuna en el tiempo y el lugar, "300", una película que fue celebrada por público y, gran parte de crítica, como ejemplo soberano acerca de como calcar un cómic a la gran pantalla sin que en el camino se pierda épica o, sobre todo, poderío visual. A partir de ese momento, cuando el mundo se rindió ante sus espartanos, Snyder pasó a ser otro de los nombres a seguir en esto del cine palomitero, un visionario capaz de darle a la platea algo nuevo, diferente y basado, para que negarlo, en la apoteosis de la cámara lenta como vehículo para alcanzar la épica. Por eso, su siguiente paso parecía no esconder riesgo alguno. De nuevo un cómic de culto, de nuevo la acción, de nuevo personajes carismáticos y, de nuevo, su sello visual. De ese modo llegaba "Watchmen", una propuesta semifallida, en la que la genialidad (unos títulos de crédito de levantarse y aplaudir) y lo absurdo (la escena de sexo en el globo a ritmo de Leonard Cohen) que suponía el comienzo, aunque para entonces era imposible saberlo, del desafío que Snyder ha cerrado con "Sucker Punch". Amarlo u odiarlo.


No serán pocas las personas que salgan defraudadas con el último proyecto del director estadounidense, probablemente las mismas que abandonen la sala de cine con los ojos bien abiertos, discutiendo sobre que escena ha sido su favorita, pero lo que está claro es que se la ha jugado con todas sus consecuencias. Con una libertad creativa absoluta, algo sorprendente después de la respuesta que la taquilla le dio a su penúltima película, esa surrealista aventura de búhos llamada "Ga'Hoole", Snyder se enfrenta, por primera vez, a una historia propia por lo que nos encontramos, sin lugar a dudas, ante su película más personal, un film que confirma y subraya los verdaderos elementos que formaron, forman y, con toda seguridad, formarán su filmografía: violencia, erotismo e imágenes.


Porque "Sucker Punch" es, principalmente, eso, un homenaje al cine como artefacto visual, una orgía de excesos desde su apabullante prólogo, la creación de un universo en el que puedes encontrarte a ninjas gigantes y a nazis zombies con apenas diez minutos de diferencia. Es la recreación más perfecta de lo que el cerebro de Snyder plantea como viaje cinematográfico, es decir, la historia como excusa barata, y dicho sea de paso, torpemente planteada, para ofrecerle al espectador una travesía por la imaginación absoluta, por la locura reinante, por un modo de entender el cine que, a pesar de lo que pueda parecer, no es apto para todos los públicos. "Sucker Punch" es una de esas películas que parecen destinadas a convertirse en objeto de culto para los amantes de los videojuegos y las referencias cinematográficas (tenemos ecos de "Matrix", "Kill Bill" y "El señor de los anillos", entre otras) pero, en realidad, estamos ante el colosal trabajo de un perfeccionista de la imagen como protagonista, del espectáculo visual (ejemplar la escena del vagón de tren con Beatles de fondo) como motor, al que le pusimos una etiqueta que no le correspondía. Zack Snyder no era un visionario. Era, y es, un autor. Arriesgado. Lo tomas o lo dejas.


The Strokes - Angles




¿Recordáis la primera vez que escuchasteis a los Strokes? La aparición de su disco debut, "Is this it", supuso una revolución musical basada en el regreso a los orígenes del pop/rock más fresco y desenfadado. Todo en aquel trabajo era modelico y excitante, te volvía a recordar lo grande que puede llegar a ser la música y nos hicieron creer que el presente y futuro de los riffs dependían de ese grupo de adolescentes. El resto, es historia. Su segundo trabajo, "Room on fire" desarrollaba el discurso de su antecesor y, a pesar de no convencer a gran parte de la crítica, volvía a dar en el clavo con algunos temas incontestables como "Reptilia" o "The end has no end". Menos suerte, crítica, tuvo "First impressions of Earth", que cerraba la trilogía con un sonido más robusto, perdiendo por el camino la frescura en pos de la (sobre)producción. Tras cinco años de silencio, discos en solitario, rumores, desmentidos y cambios de productor, The Strokes vuelven a escena con "Angles", un disco que será recordado como un trabajo menor en su discografía. O, en el mejor de los casos, como un álbum de transición.

El sorprendente reegae/rock de "Machu Pichu" abre un disco en permanente búsqueda de personalidad, lo que provoca una variedad de estilos que se ve reflejada en canciones que parecen, cada una, firmada por un grupo diferente. El sonido más clásico de los Strokes aparece en los que, a posteriori, se convierten en grandes temas del disco. Por un lado, el estupendo single de presentación, "Under cover of darkness", y por otro, la brillante "Taken for a fool", una de esas canciones con aspiración de himno generacional. "Two kinds of happiness" y "Games" parecen sacadas del, notable, disco en solitario de Julian Casablancas, mientras que "You,re so right" y "Metabolism" ponen el rock más extravagante y grandilocuente, respectivamente, del disco. Más allá de ellas, podemos encontrar la balada de turno, una "Call me back" que solamente falla en su duración, la intrascendente "Gratisfaction" y el elegante punto y final que pone "Life is simple in the moonlight".


En cualquier caso, no debe considerarse "Angles" un mal disco. En absoluto. Tiene actitud y canciones. El problema principal es la firma. Los Strokes se habían ganado la expectación generada, las ansias por escucharlos de nuevo, por volver a sentir las sensaciones que uno tenía cuando sonaba "Last night", "12:51" o "You only live once". Este nuevo disco no lo hace. Desconcierta, despista y, a pesar de ganar bastante con las escuchas, supone el reflejo de una banda que, quizás, se haya vuelto demasiado democrática. Muchas ideas diferentes para pocas canciones. El siguiente paso de The Strokes parece imposible de pronosticar. A pesar de todo, estaremos alerta. Porque, ¿recordáis la primera vez que escuchasteis a los Strokes? Yo si.


domingo, 27 de marzo de 2011

Manel - 10 milles per veure una bona armadura




Lo mejor de todo esto es que, a veces, le pasa a los buenos. Al final de algunas películas ganan, derrotan al villano y se quedan con la chica o, en este caso, ofrecen un debut inolvidable, con su segundo disco cumplen con las expectativas y, de paso, alcanzan el número 1 en la lista de ventas de nuestro país y se convierten en fenómeno social. Manel, grupo que, como mero detalle informativo, escriben y cantan canciones en catalán, parecen los primeros sorprendidos con esta situación pero, escuchando "10 milles per veure una bona armadura", parecía cuestión de tiempo. Una colección de canciones tan soberbias no podían, ni debían, quedarse en tierra de nadie. Si no solamente ha pasado eso, sino que, además, el público y la crítica los han saludados como "banda revelación" pues, oye, mejor para todos, ¿no?.


Es difícil analizar un disco tan rico en matices, con una producción tan impecable y repleto de tantos pequeños, grandes, hallazgos musicales. Porque, al final, lo que prevalece y queda en la memoria, son diez temas que pueden turnarse, sin problema alguno, el turno de "Canción favorita del disco". Y es que, empezar con "Benvolguts" es toda una declaración de intenciones. Como un, melódico y líricamente maravilloso, golpe en la mesa, Manel inicia un viaje hacia un sonido que, a base de naturalidad y genio, ya se siente y escucha como marca de la casa. "La canço del soldadet", emociona, "El gran salt" hipnotiza, "La bola de cristall", enternece, "Flor groga" conmueve, "El Miquel i l'Olga tornen" contagia buen humor y, el himno final, "Deixa-la, Toni, deixa-la", divierte por su letra y abruma por su música. Por si esto no fuera suficiente, Manel se permite el lujo de regalar tres canciones que van un paso más allá, ese que separa la obra maestra del clásico y brinda tres monumentos disfrazados de canción. Por un lado, "Boomerang", marcada por una melodía magistral, por otro, "Criticarem les noves modes de pentinats", una maravilla llena de épica y emoción y, finalmente, "Aniversari". ¿Qué decir de esta última? Pues que no solamente es, con toda probabilidad, la mejor canción que haya firmado el grupo, sino que nace como obra de arte, como tributo a la música como vehículo para emocionar, como apabullante demostración de grandeza de un grupo que llega al corazón a través de la sencillez, lo cual añade más mérito si cabe a su hazaña.

"10 milles per veure una bona armadura" ha conseguido tres cosas. Primero, situar a Manel donde se merecen, es decir, a la altura de las grandes bandas de este país, musicalmente hablando, es decir, ventas de entradas y discos, aparte. Segundo, volver a situar a las canciones como auténticas protagonistas del éxito en estos tiempos donde la imagen y los escándalos parecen ser el objetivo primordial de muchos artistas como atajo para llegar al Olimpo de la fama. Y tercero, convertirse en uno de esos discos que sabes que te acompañaran durante mucho tiempo donde quiera que vayas, como un boomerang que vuelve, sin encallarse entre las ramas. Y, encima, han ganado los buenos. Final feliz.

lunes, 14 de marzo de 2011

R.E.M - Collapse into now




Hay discografías que hablan por si solas, que valorarlas no requiere más esfuerzo que escuchar todos sus discos de principio a fin y, sin lugar a dudas, la de R.E.M es una de ellas. De hecho, lo que marca su último trabajo, "Collapse into now", es la mirada atrás, el ejercicio de revisión que Michael Stipe y compañía han realizado, voluntaria o involuntariamente, con un nuevo grupo de canciones que revalidan un título que a los de Athen nunca se les ha llegado a escapar: el de banda referente del pop/rock de los últimos 20 años.


Encontramos en este disco constantes ecos del pasado, canciones que podrían ser hermanas o, como mucho, primas lejanas, de algunos de los grandes clásicos de la banda. A pesar de la versatilidad y, sobre todo, de la heterogeneidad del disco, no es nada complicado escuchar rastros de "E-Bow the letter" en la apocalíptica "Blue" o identificar el bellísimo aroma de "Nightswimmin" que tiene la, no menos maravillosa, "Walk it back". Estos son, simplemente, dos ejemplos, pero cada uno de los temas que dan forma a "Collapse into now" suponen una reconciliación de R.E.M con su sonido más característico, ese en el que la melancólica voz de Stipe se funde con las inconfundibles guitarras de Buck, mientras Mills deja la huella de sus coros.


"Discoverer" y "All the best" abren el disco con más fuerza que todo su antecesor junto ("Accelerate") dándonos la bienvenida con las guitarras más rabiosas del disco, algo que se recuperará con igual, o mayor, acierto, en el tramo final, con la entusiasta "Alligator Aviator Autopilot Antimatte " y la breve y contundente "That someone is you". Mientras tanto, entre pop enérgico marca de la casa ("Mine smell like honey" )y temas aspirantes a futuros himnos ( "It happened today"), R.E.M vuelve a dar en el clavo con una serie de baladas hipnóticas y emocionantes. Comenzando con "Uberlin", una auténtica joya comandada por un punteo de Buck antológico, y pasando por la conmovedora "Oh my heart" (para un servidor, la mejor canción del disco), la desoladora "Me, Marlon Brando, Marlon Brando and I" y la preciosa "Every day is yours to win", la banda ofrece su eterna capacidad para poner los pelos de punta sin apenas esfuerzo, materializando todas sus virtudes en canciones que tienen la enorme virtud de cautivarte, aislarte del mundo para hacerte partícipe de historias cotidianas interpretadas con la sabiduría de los grandes.


Tras el palo, más de crítica que de público, que supuso "Around the sun" y la, leve, resurrección que les dio "Accelerate", la banda comandada por Michael Stipe ha conseguido con "Collapse into now" su mejor trabajo desde el inolvidable "Automatic for the people", el que para muchos de nosotros es, aún, la cima de su carrera. La esencia de R.E.M está presente en estas doce canciones que suponen un nuevo logro para una banda necesaria y coherente consigo misma que, además, ha sabido mirarse en el pasado para remarcar su valía en el presente. Un nuevo disco imprescindible. Y van...

domingo, 13 de marzo de 2011

"Rango" - El bueno, el feo y el camaleón



Un camaleón vestido como Clint Eastwood en los gloriosos tiempos del "spaghetti western" es, cuanto menos, desconcertante. Una tortuga como alcalde de un pueblo del salvaje oeste en medio del desierto puede sonar, como poco, infantil. Pero hablamos de "Rango", una película donde los bourdeles están repletos de ranas, los caballos son polluelos y las historias las cuentan búhos mariachis. Y no es un sueño pasado de rosca de un guionista con traumas infantiles, ni una locura por parte de un director made in blockbuster, en este caso Gore Verbinski, archiconocido por su saga de "Piratas del Caribe" de la cual, en una decisión arriesgada pero comprensible, se ha bajado en su futura (¿y necesaria?) cuarta entrega, sino una atípica y extravagante cinta de animación.


Pocas películas de este género, comandado sin ningún tipo de competencia por los magos de Pixar, gozan de una libertad y frescura tan impactante como la de "Rango". Sus primeros 20 minutos pasan de la extravagancia a la genialidad sin apenas esfuerzo, mezclando la originalidad con la locura, en un tramo de cine redondo en el cual, como principal consecuencia, se puede perder a un público infantil al que, por desgracia, se intenta recuperar en un tramo central con un ritmo demasiado irregular, como si Verbinski no fuera capaz de decantarse hacia un lado u otro, hacia el cine infantil o al adulto.


En cualquier caso, es innegable la valentía de "Rango", sus maravillosos paisajes, los brillantes homenajes a los estereotipos del cine del Oeste de toda la vida, ejemplificados a la perfección en la apabullante escena del salón a la que, además, hay que sumar la persecución por los acantilados, una de las escenas de acción más trepidantes y geniales que ha dado el cine de animación en años. Si a todo esto le sumamos algunos pasajes donde la melancolía de su mensaje y la belleza de sus imágenes se dan la mano para crear instantes de cine de primera calidad, tenemos en "Rango" una pequeña joya llena de frescura, imaginación y buen hacer. No es una obra maestra pero bueno, para eso está Pixar,¿no?.

sábado, 12 de marzo de 2011

"Torrente 4. Lethal Crisis" - Antídoto



Animar y desanimar son dos términos tan cercanos a la psicología como al arte. La capacidad de una canción desgarradora, pasando por un libro antológico o una, simple en su complejidad, buena película, puede ejercer tanto efecto en el ánimo de una persona como cualquier pastilla recomendada por un especialista. De todas los artes, quizás, la más directa para conseguir este tipo de consecuencias sea el cine, ese maravilloso medio a través del cual se cuentan historias cuyo, principal, objetivo fue, es y será, entretener al público. A nivel personal, siempre he creído que era muchísimo más complicado animar a alguien con una comedia, que desanimar con un drama. Mientras que esta última requiere, más o menos, poco esfuerzo para tocar la fibra sensible del espectador, la primera debe ser casi perfecta, hilar perfectamente una serie de gagas que hagan salir del letargo de penas, penitas, penas al individuo que ha pagado para que, sencillamente, le hagan reír. Goyas y críticas aparte, la saga Torrente, ha cumplido, casi todas las veces, con este último objetivo. Y que nadie se lleve a engaño, si en esta cuarta entrega que, apostaría mis manos, reventará la taquilla, no aparecieran Kiko Rivera o Belén Esteban, las salas se seguirían llenando. ¿La razón? Que el señor Santiago Segura sabe lo que quiere el público cuando va a ver una película de Torrente. Y se lo da. Y entretiene. Y divierte. ¿No es eso de lo qué estamos hablando?

Desde que su primera entrega reinventara un nuevo método de hacer comedia española, teniendo siempre presente una serie de referentes claros y evidentes, Segura ha ido depurando la fórmula dotándola de distintos lenguajes, especialmente cinematográficos, para terminar volviendo a su origen. Y es que, si "Torrente 2: Misión en Marbella" asentaba los méritos de su predecesora volviéndola, si cabe, aún más comedia, la tercera parte no cumplía las expectativas generadas y, lo más importante, justificadas. Pero Segura es un tipo listo y dejó pasar unos cuantos años antes de volver a meterse en la piel de un personaje que, guste más o menos, es ya un icono de nuestro cine. Puede que por eso "Torrente 4. Lethal Crisis", funcione del modo en el que lo hace, especialmente, en una primera hora de metraje donde la esencia, los gags y las situaciones nos recuerdan, inevitablemente, al primer Torrente, o lo que es lo mismo, dan el diana con una brillantez que a muchos les parecerá insultante.

Sin embargo, lo que realmente distingue esta entrega del resto de la saga es el rendido homenaje al cine que se esconde tras su característico humor. Las constantes referencias al cine clásico ("Evasión o victoria") se mezcla con la referencia a series de televisión ("Prison Break") y alcanzan su plenitud con lo que bien se podría interpretar como la particularísima versión de "El Guateque" que supone el hilarante prólogo. De este modo se ejemplifica lo que, para algunos, es algo obvio, que el Santiago Segura director ha ido creciendo con la saga, entendiendo los códigos más elementales y entendiendo que, esto, no es nada más, ni nada menos, que cine de entretenimiento en estado puro.

En definitiva, y volviendo al comienzo, para todos aquellos que entendemos el ir al cine como si de, casi, una liturgia se tratase, para los que ver una película no consiste solo en "verla", sino en dejarse llevar, en sufrir, reír, llorar, en definitiva, disfrutar, valoramos, en mayor grado, lo que consigue Santiago Segura: la comunión absoluta entre personaje y un público al cual se ha ganado a base de cine. Y, si me permitís, para los que amamos el cine es un lujo ver una sala abarrotada, expectante, aplaudiendo y riendo al unísono, en los tiempos que corren. Y es que, a veces, la risa general es el mejor antídoto personal para animarse.

domingo, 27 de febrero de 2011

"Los chicos están bien" - Vale, me alegro



Sorprende observar el aluvión de alabanzas que la crítica ha vertido sobre "Los chicos están bien", la película que, con "Winter,s Bone" en el otro extremo, viene a cubrir la cuota de cine indie que se cuela en las listas de lo mejor del año, junto a cintas a las que se les supone un mayor calado dramático y emocional. Desde hace unos años, es cada vez más evidente el éxito de este tipo de cintas, historias cotidianas contadas con el presupuesto justo y con, cada vez más, mejores interpretes al frente. El principal problema es que el encanto, la virtud más asociada y característica a este género propio, va desapareciendo progresivamente, anulando los pocos factores sorpresas que podemos encontrar en sus relatos. Sirva como ejemplo, "Pequeña Miss Sunshine", película que abre la veda y lleva al cine indie al mainstream más absoluto. Éxito en taquilla y nominaciones al Oscar incluidas, la historia de una niña que sueña con ser la estrella de un concurso de belleza infantil, estaba llena de un sentido del humor amargo, de una melancolía implícita que se disipaba hasta concluir con un canto a a la seguridad en uno mismo, a la necesidad de no tomarse todo tan en serio. La magia, ejemplar, que impregnaba aquella película sigue pesando en una manera de hacer cine que, cada vez más, parece llevar el piloto automático.

"Los chicos están bien" supone el claro ejemplo del nivel de comodidad e, incluso podríamos decir, aburguesamiento, al que está llegando este tipo de producciones. Un grupo de actores plenamente asentados, en mayor o menor medida, en el star system de Hollywood se enfrentan con la capacidad que se les atesora a unos personajes que, para ser sinceros, no esconden precisamente, una alta gama de posibilidades dramáticas. Y es que, a pesar de lo atípico de su argumento, esta historia a tres bandas entre un matrimonio de lesbianas y un soltero amante del sexo y la buena vida, pese a contar con momentos más que destacables, gracias sobre todo a sus solventes intérpretes, se va desinflando sin parangón llegando a convertirse en, básicamente, una nueva reflexión sobre lo complicado que es mantener la rutina en un matrimonio sin que eso desgaste la relación afectiva. Y pare usted de contar.

Sin embargo, lo realmente destacable de "Los chicos están bien" son el trío protagonista. Mucho se ha hablado de la posibilidad de que Anette Benning se lleve esta noche el Oscar a casa, recibiendo así un homenaje a una carrera casi intachable. Sin duda, sería un reconocimiento necesario gracias a una actuación a la que no se le pude poner ni un solo pero. Lo que ocurre es que compite con Natalie Portman, la cual ha ofrecido, de lejos, la mejor interpretación del año, sin especificar géneros. Si la protagonista de "Cisne negro" se marcha a casa sin premio de la Academia será una injusticia de las grandes. Acompañando a Benning, tenemos a una Juliane Moore tan sobresaliente como nos tiene acostumbrados y Mark Ruffalo, uno de esos actores que, algún día, verá reconocida una trayectoria soberbia dentro del cine independiente. Su actuación es excelsa, llena de matices, elevando a memorable un personaje que nunca tiene el cariño que se merece por parte de su guión.

"Los chicos están bien" ha tenido un más que aceptable paso por la taquilla estadounidense, algo que, seguro, se ha visto reforzada por la multitud de premios que va recogiendo, incluido el Globo de Oro a Mejor Comedia. El hecho de que el día en el que escribo esta crítica, la película sea una de las protagonistas de los Oscars, con cuatro nominaciones, incluyendo Mejor Película, demuestra el buen estado de forma del cine indie. De todos modos, ir caminando por la ciudad y ver en cada esquina un cartel de la película, desconcierta. Quizás lo que se han ahorrado en presupuesto lo han gastado en promoción. Completamente respetable y válido. Pero la pequeña Miss Sunshine demostró que, sin necesidad de estos alardes, se podía conquistar el corazón del público, haciéndoles salir del cine con una sonrisa en la cara gracias a unos personajes que nos preocupaban y emocionaban. Este era el elemento que diferenciaba al cine independiente del masivo, la conexión que se conseguía con las personas normales, como tu y como yo, que poblaban sus escenas. ¿"Los chicos están bien"?. Vale, me alegro.

domingo, 20 de febrero de 2011

"Cisne negro" - El eco de los aplausos




Se abre el telón y bajo una tenue luz emerge,tranquila y tan frágil que parece una muñeca de cristal que podría romperse al más mínimo movimiento, la figura de Nina, una bailarina que sueña con acariciar el suelo de un teatro repleto, con alcanzar la obra de arte absoluta con su cuerpo, de transmitir con sus pasos de ballet la grandeza, épica, tenebrosa y opresiva música que Tchaikovsky compuso para “El lago de los cisnes”. Sus pies, sudor, manos, rodillas y espalda dan forma a un lienzo sobre el que la asfixia por lograr la actuación perfecta como cisne blanco y negro, ejemplo de la dualidad de todo ser humano, se cita con el terror, la ansiedad y la paranoia enfermiza que causa, tanto la presión exterior como la que cada uno provoca en si mismo en pos de alcanzar la tan ansiada perfección. Con esa imagen da comienzo “Cisne negro”, o lo que es lo mismo, uno de los thrillers psicológicos más perfectos que ha dado la reciente historia del cine, una aterradora obra de arte capaz que es, además, una continua fuente de escenas memorables que quedan ancladas en la memoria.


La premisa sobre la que se sustenta la película, sin ser especialmente original, es suficiente para que Darren Aronofski, director de, entre otras, la apasionante “Réquiem por un sueño” con la que esta “Cisne negro” guarda más de un parecido, reincida en los temas más característicos de su cine, los límites psicológicos, la angustia y desesperación por lograr conseguir un objetivo, ya sean drogas, una fórmula matemática, la vuelta a los rings o, en este caso, cumplir con el papel principal de una representación anunciada a bombo y platillo. En cualquier caso, el guión de John McLaughlin y Mark Heyman encaja a la perfección con la visión del ser humano que defiende Aronofski en cada uno de sus films.


Por eso, su labor tras las cámaras es excelsa, llena de inventiva visual, de golpes de efecto tan clásicos como meritorios y caracterizada por un pulso nervioso y casi operístico que alcanza su mayor grado estético en su apabullante desenlace, auténtica cima de una película instalada en la genialidad desde su comienzo.Y, frente a la cámara, Natalie Portman. Difícil no, imposible expresar con palabras el tour de force interpretativo que lleva a cabo. Vemos con sus ojos, sufrimos con su cuerpo, gritamos con su garganta y vivimos a través de su interpretación todo el proceso vital de Nina, de lejos, el mejor papel de su carrera y con la que, además, consigue una de las interpretaciones femeninas más impresionantes que servidor ha visto en una sala de cine.


En definitiva, “Cisne negro” supone una obra de arte, una demostración absoluta y ejemplar de como convertir algo tan común como la permanente lucha de una persona consigo mismo en una apoteosis cinematográfica en toda regla, donde se dan la mano de manera memorable la forma y el contenido, la narración y lo visual, la historia y su aspiración eterna, la grandeza de los límites a los que puede llegar el ser humano, tan bellos como desoladores. Como el eco de unos aplausos finales que marcan el triunfo y la tragedia, los dos términos que, quizás, más se acerquen a lo que realmente significan la perfección y sus consecuencias.


"Winter,s Bone" - Melodía de banjo




Coinciden este año, entre las diez películas nominadas al Oscar, dos western tan similares como alejados el uno del otro. Por un lado, “Valor de ley”, el conmovedor homenaje que los Coen hacen al género que convirtió en arte John Ford y en leyenda John Wayne. Por el otro, “Winter,s Bone”, un film que, bajo su apariencia actual, esconde un western crepuscular ambientado en los bajos fondos de la América más desconocida, aquella donde los adutlos viven en chavolas llenas de cocaína y los niños deben aprender pronto a utilizar un rifle. No hay caballos, sino viejas camionetas, no hay duelos al sol, sino golpes en la noche, no hay frases lapidarias, sino silencios incómodos que elevan la tensión a su máximo nivel. Sin embargo, si que encontramos búsqueda de la venganza, desesperación, desoladores paisajes por los que la protagonista de esta historia vaga en busca de su padre desaparecido y juicios morales que conectan de manera directa con las historias del Oeste más tradicional.


“Winter,s Bone” propone una narración seca, sin apenas apoyo musical, que recuerda en su atmósfera al Eastwood más oscuro y en sus modos a los Coen de “No es país para viejos”, por lo árido de un ritmo que no facilita la visión de la cinta y que puede provocar el sopor y aburrimiento en el espectador. La directora Debra Granik ofrece una película gélida, llevando hasta las últimas consecuencias su forma de entender el relato, contagiándose de la frialdad con la que su personaje principal, una sobresaliente Jennifer Lawrence, afronta el reto de enfrentarse a un grupo de personajes tan aterradores como desoladores.


A pesar de una trama sencilla y, en cierto modo, carente de originalidad, “Winter,s Bone”, supone un ejercicio narrativo en toda regla, un ejemplo de entender cada vez más escaso en la actualidad, centrándose en los personajes por encima del contexto, tomándose el tiempo necesario para cada escena, sin grandes alardes ni prisas, dejando a la historia fluir hasta desembocar en una escena desgarradora y memorable por su forma y contenido. En definitiva, una película en la que es difícil entrar y sencillo salir, por lo que es necesario agudizar todos los sentidos para empaparse y temblar con una historia que parece contada con el poso de melancolía que caracterizan algunas de las melodías de banjo que sirven como prólogo y epílogo de la cinta. En cada una de esas notas se puede apreciar el aroma clásico, no del western, ni del cine, sino de la esencia última del ser humano. La búsqueda constante de una meta por encima de las dificultades. Conseguirla o no, es otra cosa.

miércoles, 16 de febrero de 2011

"Enredados" - Otro cantar



Os contaré un secreto: cuando me enfrento al papel en blanco para hacer una crítica, intento ambientarme del mejor modo posible, en concreto, poniéndome de fondo la banda sonora de la película sobre la que voy a escribir. Pues bien, continuando con esta tradición me he organizado una recopilación con bandas sonoras de Walt Disney para hablar del último trabajo de la compañía animada, “Enredados” o, lo que es lo mismo, una relectura de la historia de Rapunzel. A priori, todo acompañaba al film para que lograra el éxito. Venía precedida de la genial “Tiana y el sapo”, una vuelta a los orígenes de la magia Disney más tradicional, tenía a una princesa carismática y, medianamente, conocida entre el público y unas canciones firmadas por Alan Menken, reconocido compositor dentro de la factoría por sus inmortales obras para, entre otras, “Aladdin”, “La sirenita” o “La bella y la bestia”. Por todo esto, da tanta rabia que “Enredados” se quede a medio camino de todo.

Servidor, a estas alturas, no tiene problema alguno en definirse como fanático del cine de Disney. En sus clásicos mayores (“Pinocho”, “Dumbo”, “La cenicienta” o “Robin Hood”) uno puede encontrar las claves y señas de identidad del mejor cine. La emoción, el romance, el humor, el drama e, incluso, lo tenebroso se daban la mano en películas redondas en forma y contenido, educativas y entretenidas, llenas de una verdadera magia que se convirtió en marca característica de la empresa. Aunque, si hay que citar alguna película como la auténtica obra maestra de Disney muchos, entre los que me incluyo, citaríamos “Mary Poppins”, una de las mejores películas de la historia del cine, es cierto que los dibujos animados siempre han sido los auténticos protagonistas de las historias que llevan marcando generación tras generación. Por eso, aún resulta extraño ponerte unas gafas 3D y ver al mismísimo Mickey Mouse dándote la bienvenida al cine de manera tridimensional. Quizás Disney debería plantearse no apostar tanto por la renovación tecnológica y seguir con la senda de animación tradicional que, casi siempre, le ha reportado mejores resultados.

En cualquier caso, “Enredados” es un sano entretenimiento que permitirá, especialmente a los más pequeños de la casa, pasar una agradable hora y media con unos personajes a los que, sin embargo, la falta de personalidad y carisma, les distanciarán del público adulto, un sector que verá como el espíritu Disney está presente pero de un modo descafeinado. La comedia no termina de cuajar exceptuando los clásicos personajes animales que aportan sus dosis de humor y las canciones, en la mayoría de ocasiones, restan más que suman. Lo único que se aprovecha al cien por cien es el romance, el cual llega a su clímax en la brillante escena de los farolillos. Lástima que, para entonces, uno tenga la certeza de que “Enredados” es un Disney menor, una fábula que podría haber venido firmada por cualquier compañía de animación. Y, si algo destacaba en la factoría de Mickey, Pluto y Donald era la maestría para convertir algo tradicional en mágico. Aquí se ve el truco y, por desgracia, no nos deja especialmente fascinados. Comieron perdices, si, pero la felicidad, nunca mejor dicho, es otro cantar.

The Fighter - Cuadrilátero de tópicos



Siempre es difícil hablar de películas como “The fighter”. Y no es, precisamente, por que tenga una trama apasionante de la que es mejor no saber nada antes de entrar al cine, todo lo contrario. La nueva película del director David O.Russell es un cúmulo de tópicos, una historia contada una decena de veces más y, lo que es peor, la mayoría de veces, mejor. Y es que es inevitable que a lo largo de sus 115 minutos a uno se le vengan a la cabeza las sensaciones que sintió viendo “Million Dollar Baby”, “Ali” o “Toro Salvaje” y, con semejantes contrincantes en frente, “The fighter” pierde por KO en el primer asalto.

Estamos, en cualquier caso, ante una película correcta en todo momento, con un comienzo prometedor y contada con una elegancia y clasicismo dignos de mención. El principal problema es la falta de elementos novedosos o diferentes en la eterna historia de redención de un boxeador con problemas. Y es que, si algo diferenciaba a las películas de Eastwood, Mann o Scorsese mencionadas anteriormente, era que, dentro del tópico, sabían encontrar un punto de inflexión en su trama que las convertía en, además de clásicos, obras diferentes, oscuras, melancólicas, y, en cierta manera, arriesgadas, algo a lo que “The fighter” ni siquiera se acerca.

Quizás por todo esto destaque de forma tan sobresaliente el trabajo de algunos miembros del reparto,y eso que su protagonista, Mark Whalberg, vuelve a ofrecer su peor cara con una interpretación vacía y falta de vida, lo peor que le podía pasar a un personaje que pide a gritos un carisma y orgullo que nunca llega a tener. Pero ahí aparecen unas maravillosas Amy Adams y Melissa Leo para robar cada uno de los planos por los que asoman con toda la facilidad del mundo. Pero, si toca mencionar a alguien en especial, ese es Christian Bale. Auténtico cerebro, corazón y, hasta músculo, de la cinta, Bale regala el mejor trabajo de su carrera, una interpretación apabullante que se convierte, sin duda, en lo más memorable de “The Fighter”.

Como bien ejemplifica su cartel promocional, público y crítica se han rendido a los pies de “The Fighter”, convirtiéndola en una de las películas más nominadas en casi todas las galas de premios que se van sucediendo en estos meses y, además, consiguiendo cifras de recaudación nada desdeñables, especialmente en Estados Unidos. Sin embargo, no parece demasiado arriesgado imaginar que, dentro de no mucho tiempo, quizás el próximo año, pocos nos acordemos de los logros sentimentales y deportivos de Micky Ward y su hermano mayor. Puede que entonces tengamos en cartelera otra historia de superación y redención ambientada en el mundo del deporte. Esperemos que, para entonces, nos noqueen con algo más que convencionalismos y tópicos. Propongo, humildemente, que utilicen la emoción. Suele funcionar.

"Valor de ley" - Como las de antes





Nieve. Un hombre asesinado frente a su casa. Tan cerca y, a la vez, tan lejos de su refugio, del abrazo de su mujer, del calor de su familia. Un borracho cabalga solitario, manteniendo como puede su figura entre la niebla oscura de la noche, difuso, inconsciente, quién sabe si arrepentido. La voz de una niña nos cuenta el valor de la venganza, del sacrificio, del perdón. Y una melodía de piano, entre épica y triste, da comienzo a "Valor de ley", un western que se estrena en 2011, pero que perfectamente lo podría haber hecho en 1940, inicio de una década que supuso la época dorada de este género cinematográfico en constante muerte y resurección.

La nueva película de los hermanos Coen tras la, tan amada como odiada, "Un tipo serio", no solamente reúne los códigos más característicos del conocido western crepuscular, como pueden ser la soledad del héroe o las reflexiones sobre la moralidad y ética de las acciones y decisiones de cada personaje, sino que se impregna de un maravilloso aroma al más tradicional "cine del Oeste", es decir, unos buenos buenísimos, unos malos malísimos, paseos en caballo al anochecer o tiroteos desde las más altas montañas. En esa mezcla reside uno de los máximos logros de una película redonda desde todos los puntos de vista. Una manera de reinterpretar el género desde el homenaje y, a la vez, la poesía inherente que siempre ha tenido el western.

Comandada por un inmenso Jeff Bridges, acompañado de la modélica Hailee Steinfeld en su debut en la gran pantalla y un sobresaliente Matt Damon en una de sus mejores interpretaciones, "Valor de ley" supone el regreso al mejor cine de Joel y Ethan Coen, ese en el que podemos encontrar títulos tan dispares como "Muerte entre las flores", "Fargo" o "El Gran Lebowski". Algunas de sus señas de identidad siguen apareciendo, como su inevitable humor absurdo, pero, en esta ocasión, ofrecen una emotiva poesía visual que pocas veces, o ninguna, se había visto en su cine. Sirva como ejemplo la, mencionada, escena inicial o su, tan épico como conmovedor, desenlace.

En definitiva, los hermanos Coen no han hecho una obra maestra. Han firmado un clásico. Por eso, cuando en la cabeza resuenan aún los compases de la memorable banda sonora compuesta por Carter Burwell, se mantiene esa sensación de haber visto una película, en el mejor sentido de la expresión, como las de antes. Un film que, quien sabe, repitan en la televisión dentro de 60 años y le haga pensar a algún chico: "vaya, así se hacía el cine antes". Y, entonces, alguien debería decirle, comolo hacen ahora los Coen : No, "hermanito", así se hacía, hace y hará, el mejor cine, siempre.

lunes, 14 de febrero de 2011

"127 Horas" - Reír o llorar




Todavía recuerdo la primera vez que vi “Trainspotting”, la, todavía hoy, mejor película de Danny Boyle. Una obra atemporal, definidora de una generación, la de los noventa, extrema en su descontrol y en su visión casi apocalíptica de la sociedad que les rodeaba. Con aquel film de 1996, Boyle conseguía reunir todas sus influencias, desde Tarantino a Scorsese pasando por el género del videoclip, para terminar dando forma a un lenguaje visual propio, arriesgado y lleno de nervio, rico en pequeños logros visuales y, especialmente, memorable en el modo en el que es utilizado para presentar y dibujar a los personajes. En aquel momento, los ojos de la industria se centraron en el director británico situándolo como uno de los valores seguros del cine europeo. Quince años después, Boyle no solamente no ha logrado estrenar ninguna película que se acerque a la calidad de aquella, sino que ha ido creando una filmografía basada en films que, en su mayoría, rozaban el ridículo. Con “127 Horas”, finalmente, lo ha alcanzado.

Tras la sobrevalorada “Slumdog Millionaire” que, además de conseguir el favor del público, le reportó nada más y nada menos que ocho premios de la Academia, invadía la incertidumbre de cual sería el siguiente paso de un director que, eso sí, apuesta por historias diferentes. Finalmente, se anunció que Boyle se encargaría de llevar a la gran pantalla la historia real de Aaron Ralston, un montañero norteamericano que, en mayo de 2003 , durante una escalada en Utah quedó atrapado e inmovilizado por un roca durante 127 horas. La premisa argumental cumplía las expectativas de innovación y carga dramática suficientes como para entender porque el británico había decidido aceptar el reto. Lo que pocos se podían esperar era el modo en el que lo haría.

Con un notable James Franco que lucha contra las circunstancias, y contra su director, y que intenta transmitir con la mirada todo el sufrimiento, desesperación y reflexión interior que provoca el suceso en su personaje, “127 Horas” no encuentra en sus escasos 93 minutos un ápice de cordura, de conexión con el espectador, de control y sentido común en su narrativa. Danny Boyle se encarga de llenar la película de trucos visuales absurdos y momentos que despiertan la vergüenza ajena. La emotiva historia que se cuenta queda relegada a un segundo puesto a favor de una dirección a todas luces excesiva que convierte al film en una sucesión de videoclips y anuncios de bebidas energéticas y paisajes rocosos. Cuando llegamos al clímax final poco interés queda en saber como se las va a apañar Franco para escapar, o no, de su cárcel de piedra. Para entonces, Boyle ya se ha encargado de convertir su modo de dirigir en el único protagonista de la película. “127 Horas” cuenta una historia de superación personal épica, pero aquí lo que realmente parece importar es la forma y no el contenido. Y uno, al final, no sabe si reír o llorar y eso, con lo que se está contando en la pantalla, es grave. Ahora, si me permitís, voy a ver buen cine. Creo que ponen “Trainspotting” en la tele.

miércoles, 9 de febrero de 2011

"Primos" - Lo que realmente importa




A priori, sorprende que un tipo tan defensor del drama como es el director Daniel Sánchez Arévalo haya firmado la mejor película de su carrera con una comedia romántica como "Primos". Pero quizás no debería extrañarnos tanto. Y es que, sus dos obras anteriores, la notable "Azuloscurocasinegro" y la excesiva, en todos los sentidos, "Gordos", escondían en su interior una buena dosis de humor sepultada por un dramatismo e intensidad latente en cada fotograma. "Primos" da la vuelta a la tortilla y bajo la capa de comedia alocada esconde un corazón dramático de alto voltaje que, por tópico, no deja de ser conmovedor.

La historia de estos tres primos inmaduros que viajan al pueblo de veraneo de su infancia para olvidarse de sus problemas y conflictos supone, además de un entretenimiento puro y duro, una reflexión sobre la necesidad del ser humano de escapar de sus problemas en el mundo adulto, de encontrar y agarrarse a la primera opción que se le aparezca para desaparecer del lugar del conflicto como si esperara que se solucionara solo. Los protagonistas de una de las mejores comedias que nos ha ofrecido el cine español reciente consiguen, sin apenas esfuerzo, calar entre un público al que no debe costarle trabajo identificarse con cualquiera de los memorables personajes que se nos presentan. Despiertan el mismo cariño con el que, se intuye, han sido creados por la mente de un Sánchez Arévalo que demuestra, por tercera vez consecutiva, ser uno de los mejores guionistas de nuestro cine ,a demás de un espléndido director. A todo esto ayuda un reparto en el que es completamente imposible destacar a uno u a otro. Todos ellos, desde un Quim Gutiérrez pletórico, hasta una Inma Cuesta absolutamente maravillosa, pasando por el, siempre, genial Raúl Arévalo o la excelente Clara Lago, pocas veces se ha visto a un grupo de intérpretes tan naturales, convincentes, reales y cercanos. Todo al mismo tiempo.


Dotada de un ritmo equilibrado donde todas sus facetas y tramas confluyen sin molestarse las unas a los otras, "Primos" es una joya que encuentra en su, aparente, falta de aspiraciones su mayor éxito. Lo espontáneo del amor, lo complejo de la derrota, la superación de los miedos o la toma de decisiones, se hace mejor desde la sonrisa, aunque eso no reste ni un ápice de emoción. Y, aunque la realidad siempre supera a la ficción, Daniel Sánchez Arévalo lo sabe,y por eso ha preferido secar las lágrimas de sus personajes y cambiarlas por risas y buenos sentimientos.

No importa como entres al cine, si has tenido un mal día, si todo te ha ido genial o si necesitabas refugiarte bajo la luz de un proyector. A veces todo es tan sencillo que tres primos bailando una canción de los Backstreet Boys te alegran el día. O que escuchar una declaración tan original, genial y conmovedora como "te prequiero" te pone un nudo en la garganta. Y, todo eso, con la sonrisa permanente en la cara. Puede que "Primos" no sea una obra maestra en el sentido estricto del término. Pero es una grandísima película hecha con el corazón. Y eso, a veces, es lo que realmente importa.


martes, 1 de febrero de 2011

"Red" - Fiesta privada




La reunión de varias estrellas consagradas de Hollywood suele funcionar bastante bien tanto en taquilla ("Los mercenarios"), como en crítica ("Ocean,s eleven"). Sirva la saga de ladrones de Danny Ocean, exceptuando su indefendible segunda parte, como ejemplo de como mezclar el glamour de grandes estrellas, George Clooney, Brad Pitt o Matt Damon, con una trama divertida y fresca con la que, se nota, que ellos se lo pasan de miedo pero que, además, contagian al espectador. Por eso no es muy difícil imaginar a los productores de "Red" frotándose las manos al conocer el casting de vacas sagradas con las que contaban, como son Bruce Willis, Morgan Freeman, John Malcovich o Helen Mirren. Y está claro que la fórmula, en ese sentido, funciona.


Ver a ese reparto tan carismático en pantalla es un lujo que se intuye irrepetible. El problema es que, más allá de eso, no queda más que un mero entretenimiento sin nada especialmente memorable. Una historia torpe e innecesariamente enrevesada para lo simple que finalmente es, y una dirección plana y sosa de Robert Schwentke, responsable de las decepcionantes "Plan de vuelo: desaparecida" y la reciente "Más allá del tiempo", terminan por desequilibrar una película que no es tan divertida como debería, ni tan paródica como pretende.


"Red", sin llegar a ser un mal pasatiempo, se queda muy por debajo de las posibilidades que planteaba. Sin embargo, lo que uno siente mientras ve las notables escenas de acción y los moderadamente divertidos chascarrillos que estructuran "Red", es que está asistiendo a una fiesta privada donde la sonrisa solo aparece cuando Willis exclama alguna de esas frases que parecen robadas de la próxima entrega de "Jungla de Cristal". Por lo demás, pocas novedades, Morgan Freeman haciendo de Morgan Freeman y John Malcovich repitiendo el mismo papel que ya bordó en la estupenda "Quemar después de leer" . Por no sorprender, no lo hace ni Helen Mirren que vuelve, otra vez, a llenar la pantalla. Ellos parecen pasárselo muy bien pero, al menos yo, prefiero las fiestas en Las Vegas de Clooney y compañía.

lunes, 31 de enero de 2011

"Morning Glory" - Caprichos de cartelera




El mes de enero es una cita anual que, casi nunca, falla con el buen cine. La proximidad de los premios más importantes del sector hacen que las principales productoras de Hollywood comiencen a desenfundar sus armas y estrenen de manera descontrolada, a la par que estudiada, las películas que aspiran a convertirse en esos as en la manga que proporcionan halagos, publicidad y marketing. 2011 no ha sido ninguna excepción, a pesar de que la mayoría de films aspirantes a los galardones de la industria ya han ocupado las carteleras ("La Red Social", "El discurso del Rey" o "Toy Story 3") y, otros, llegarán este intenso mes de febrero ("127 horas", "Cisne negro", "The fighter"), pero, sin duda, este mes de enero que llega a su fin ha servido para dar el pistoletazo de salida a la temporada que nos trae, normalmente, el mejor cine de cada año.


A la mayoría de películas que están por venir se les presupone una calidad equiparable a sus aspiraciones por convertirse en "la cinta del año". Para los amantes del cine se trata de un combate maravilloso que permite, además, realizar el sano ejercicio del debate entre amigos y compañeros por elegir, como si de académicos nos tratáramos, la mejor película, el mejor actor o la mejor dirección. Pero, a pesar de que a uno siempre le atrae el aroma de un buen manjar, no es menos cierto que, en ocasiones, apetece comida rápida, una de esas tentaciones que uno se debe permitir de vez en cuando. Pues, ese capricho,se llama "Morning Glory".


Nada falta y poco sobra en esta trepidante historia de una joven productora de televisión que intenta por todos los medios conseguir el éxito de un humilde programa matinal de televisión a la par que lucha por encontrar una estabilidad sentimental. El director Roger Michell, que ya demostró su buen hacer en la encantadora "Notting Hill", y la guionista Aline Brosh McKenna, optan, acertadamente, por dejar los aspectos románticos en un segundo, o tercer, plano para centrarse en los vaivenes laborales de su protagonista, una maravillosa Rachel McAdams que supera en encanto a una desaprovechada, pero tan genial como siempre, Diane Keaton y a un carismático Harrison Ford que tiene en sus manos el mejor papel que le ha caído en años. "Morning Glory" es un soplo de aire fresco en una cartelera poblada de dramatismo y profundidad, una amable historia de superación y amistad que ofrece risas y entretenimiento en cantidades lo suficientemente altas como para justificar el precio de una entrada. A veces, no me lo negaréis, algo rápido y ligero satisface más que un atracón. Que aproveche.

domingo, 30 de enero de 2011

Monsters - El amor entre los escombros




Algunas de las imágenes más hermosas que recuerdo haber visto en el cine están relacionadas con la muestra de amor o esperanza en medio de la catástrofe. Un beso silenciado por el caos ("Titanic"), el abrazo de una hija a su padre cuando todavía la sangre continúa caliente en el suelo ("El retorno del Rey") o, especialmente, un grito capaz de callar la tortura y la barbarie ("Braveheart"). La mayor parte del poder de estas escenas memorables del séptimo arte reside en su capacidad para conmover a través de lo inesperado, del asombro emocional que deja en cualquier persona descubrir como, a pesar de todo, alguien puede dedicar un beso o un abrazo en una situación donde la mayoría lloraríamos, gritaríamos o, directamente, nos resignaríamos ante lo inevitable.


"Monsters", el debut tras las cámaras de Gareth Edwards, ni de lejos alcanza la maestría y profundidad de las películas mencionadas en el párrafo anterior, pero si que se podría entender como un ejercicio de género basado en la búsqueda de las flores en la suciedad, de la caricia entre los gritos, de la ternura y, alrededor, los escombros. Lo que hay que aclarar, puesto en duda una vez más por los engañosos trailers de turno, es que estamos ante una película de amor. Es cierto que el contexto nos puede traer a la memoria films como la notable "Distrito nueve" con la que comparte paisajes desolados y personajes solitarios, pero donde la película de Neil Blomkamp apostaba por la espectacularidad y la acción, Edwards impone la sutileza, las miradas y silencios.


"Monsters" no es una película de ciencia ficción con un romance metido con calzador, sino una sencilla y, por momentos, interesante historia de amor con la invasión alienígena como telón de fondo. Es, en definitiva, una notable película, lastrada por su tono contemplativo y unos personajes protagonistas faltos de un carisma que, sin emabrgo, suplen con una química destacada. Para el recuerdo queda un clímax final poderoso en su forma y en su contenido, una escena memorable que nos recuerda que, incluso los monstruos, con la destrucción alrededor, también son capaces de dedicar sus últimos instantes a algo tan necesario como es amar.

sábado, 22 de enero de 2011

"Más allá de la vida" - Después




No era un tema sencillo de abordar. Por más que Eastwood haya tratado la muerte en obras fundamentales como "Sin Perdón", "Mystic River" o "Million Dollar Baby", el director americano siempre lo había dejado en ese punto, en ese lugar en el que sus personajes deben enfrentarse al después de la pérdida. Unos se refugiaban en la soledad, otros buscaban venganza, otros desaparecían del mundo. Pero jamás nos había mostrado, ni lo había intentado, ese supuesto tunel de luz que nos lleva, o no, al más allá. Su nueva película, tras la fallida "Invictus", se arriesga a continuar las historias que, en el resto de la filmografía de Eastwood, ponían punto y final, o seguido, a sus personajes. El principal problema, es el modo.

Siguiendo la estela, convertida en cátedra, de Iñárritu y Arriega de contar varias historias paralelas que terminan encontrando un nexo común, Eastwood comienza con pulso firme a explicar las causas que despiertan el interés de los personajes principales, una periodista francesa, un obrero con un don para comunicarse con el más allá y unos gemelos londinenses, por el "después" de la vida. La escena inicial, apabullante, o los primeros momentos de los gemelos George y Frankie McLaren nos traen al mejor Eastwood, ese maestro capaz de colocarnos un nudo en el corazón con toda la calma del mundo. El problema es que, a partir de ese momento, el desarrollo de la cinta se va encontrando muchos, quizás demasiados, baches en el camino, diluyéndose el interés en algunas de las historias, especialmente la trama "francesa", con diferencia, la más perjudicada del film.

En cualquier caso, estamos hablando de Eastwood y eso nos asegura, al menos, una indiscutible coherencia y clasicismo en su modo de plasmar la trama en imágenes. La sobriedad de su fotografía y los claroscuros de sus personajes son marca de la casa y, a pesar de lo endeble de la trama, siguen sumando a favor en el cómputo global de la cinta. En definitiva, no es el mejor Eastwood, ni el peor, es, simplemente, un notable drama con momentos desgarradores y vacíos, emoción y frialdad, interés e indiferencia. Por eso, cuando concluye la película, con uno de los desenlaces más fáciles e incoherentes de su filmografía, uno no se queda clavado en su butaca, aplaudiendo por dentro a Eastwood, como sucedía con "Gran Torino", "Cartas desde Iwo Jima" o "El intercambio", por citar algunas de sus últimas películas. Uno tiene la certeza de que, en absoluto, ha visto una mala película, pero había tema más que suficiente para llegar más alto. Y uno de los mejores directores vivos para contarla. Por eso, sale uno del cine con sensaciones encontradas, con escenas memorables en la retina pero, también, falto de emoción. La gratitud de cualquier amante del cine hacia Eastwood debe ser constante, por lo que nos ha regalado antes y ahora. Eso sí,los aplausos, en esta ocasión, los dejamos para después.