domingo, 27 de febrero de 2011

"Los chicos están bien" - Vale, me alegro



Sorprende observar el aluvión de alabanzas que la crítica ha vertido sobre "Los chicos están bien", la película que, con "Winter,s Bone" en el otro extremo, viene a cubrir la cuota de cine indie que se cuela en las listas de lo mejor del año, junto a cintas a las que se les supone un mayor calado dramático y emocional. Desde hace unos años, es cada vez más evidente el éxito de este tipo de cintas, historias cotidianas contadas con el presupuesto justo y con, cada vez más, mejores interpretes al frente. El principal problema es que el encanto, la virtud más asociada y característica a este género propio, va desapareciendo progresivamente, anulando los pocos factores sorpresas que podemos encontrar en sus relatos. Sirva como ejemplo, "Pequeña Miss Sunshine", película que abre la veda y lleva al cine indie al mainstream más absoluto. Éxito en taquilla y nominaciones al Oscar incluidas, la historia de una niña que sueña con ser la estrella de un concurso de belleza infantil, estaba llena de un sentido del humor amargo, de una melancolía implícita que se disipaba hasta concluir con un canto a a la seguridad en uno mismo, a la necesidad de no tomarse todo tan en serio. La magia, ejemplar, que impregnaba aquella película sigue pesando en una manera de hacer cine que, cada vez más, parece llevar el piloto automático.

"Los chicos están bien" supone el claro ejemplo del nivel de comodidad e, incluso podríamos decir, aburguesamiento, al que está llegando este tipo de producciones. Un grupo de actores plenamente asentados, en mayor o menor medida, en el star system de Hollywood se enfrentan con la capacidad que se les atesora a unos personajes que, para ser sinceros, no esconden precisamente, una alta gama de posibilidades dramáticas. Y es que, a pesar de lo atípico de su argumento, esta historia a tres bandas entre un matrimonio de lesbianas y un soltero amante del sexo y la buena vida, pese a contar con momentos más que destacables, gracias sobre todo a sus solventes intérpretes, se va desinflando sin parangón llegando a convertirse en, básicamente, una nueva reflexión sobre lo complicado que es mantener la rutina en un matrimonio sin que eso desgaste la relación afectiva. Y pare usted de contar.

Sin embargo, lo realmente destacable de "Los chicos están bien" son el trío protagonista. Mucho se ha hablado de la posibilidad de que Anette Benning se lleve esta noche el Oscar a casa, recibiendo así un homenaje a una carrera casi intachable. Sin duda, sería un reconocimiento necesario gracias a una actuación a la que no se le pude poner ni un solo pero. Lo que ocurre es que compite con Natalie Portman, la cual ha ofrecido, de lejos, la mejor interpretación del año, sin especificar géneros. Si la protagonista de "Cisne negro" se marcha a casa sin premio de la Academia será una injusticia de las grandes. Acompañando a Benning, tenemos a una Juliane Moore tan sobresaliente como nos tiene acostumbrados y Mark Ruffalo, uno de esos actores que, algún día, verá reconocida una trayectoria soberbia dentro del cine independiente. Su actuación es excelsa, llena de matices, elevando a memorable un personaje que nunca tiene el cariño que se merece por parte de su guión.

"Los chicos están bien" ha tenido un más que aceptable paso por la taquilla estadounidense, algo que, seguro, se ha visto reforzada por la multitud de premios que va recogiendo, incluido el Globo de Oro a Mejor Comedia. El hecho de que el día en el que escribo esta crítica, la película sea una de las protagonistas de los Oscars, con cuatro nominaciones, incluyendo Mejor Película, demuestra el buen estado de forma del cine indie. De todos modos, ir caminando por la ciudad y ver en cada esquina un cartel de la película, desconcierta. Quizás lo que se han ahorrado en presupuesto lo han gastado en promoción. Completamente respetable y válido. Pero la pequeña Miss Sunshine demostró que, sin necesidad de estos alardes, se podía conquistar el corazón del público, haciéndoles salir del cine con una sonrisa en la cara gracias a unos personajes que nos preocupaban y emocionaban. Este era el elemento que diferenciaba al cine independiente del masivo, la conexión que se conseguía con las personas normales, como tu y como yo, que poblaban sus escenas. ¿"Los chicos están bien"?. Vale, me alegro.

domingo, 20 de febrero de 2011

"Cisne negro" - El eco de los aplausos




Se abre el telón y bajo una tenue luz emerge,tranquila y tan frágil que parece una muñeca de cristal que podría romperse al más mínimo movimiento, la figura de Nina, una bailarina que sueña con acariciar el suelo de un teatro repleto, con alcanzar la obra de arte absoluta con su cuerpo, de transmitir con sus pasos de ballet la grandeza, épica, tenebrosa y opresiva música que Tchaikovsky compuso para “El lago de los cisnes”. Sus pies, sudor, manos, rodillas y espalda dan forma a un lienzo sobre el que la asfixia por lograr la actuación perfecta como cisne blanco y negro, ejemplo de la dualidad de todo ser humano, se cita con el terror, la ansiedad y la paranoia enfermiza que causa, tanto la presión exterior como la que cada uno provoca en si mismo en pos de alcanzar la tan ansiada perfección. Con esa imagen da comienzo “Cisne negro”, o lo que es lo mismo, uno de los thrillers psicológicos más perfectos que ha dado la reciente historia del cine, una aterradora obra de arte capaz que es, además, una continua fuente de escenas memorables que quedan ancladas en la memoria.


La premisa sobre la que se sustenta la película, sin ser especialmente original, es suficiente para que Darren Aronofski, director de, entre otras, la apasionante “Réquiem por un sueño” con la que esta “Cisne negro” guarda más de un parecido, reincida en los temas más característicos de su cine, los límites psicológicos, la angustia y desesperación por lograr conseguir un objetivo, ya sean drogas, una fórmula matemática, la vuelta a los rings o, en este caso, cumplir con el papel principal de una representación anunciada a bombo y platillo. En cualquier caso, el guión de John McLaughlin y Mark Heyman encaja a la perfección con la visión del ser humano que defiende Aronofski en cada uno de sus films.


Por eso, su labor tras las cámaras es excelsa, llena de inventiva visual, de golpes de efecto tan clásicos como meritorios y caracterizada por un pulso nervioso y casi operístico que alcanza su mayor grado estético en su apabullante desenlace, auténtica cima de una película instalada en la genialidad desde su comienzo.Y, frente a la cámara, Natalie Portman. Difícil no, imposible expresar con palabras el tour de force interpretativo que lleva a cabo. Vemos con sus ojos, sufrimos con su cuerpo, gritamos con su garganta y vivimos a través de su interpretación todo el proceso vital de Nina, de lejos, el mejor papel de su carrera y con la que, además, consigue una de las interpretaciones femeninas más impresionantes que servidor ha visto en una sala de cine.


En definitiva, “Cisne negro” supone una obra de arte, una demostración absoluta y ejemplar de como convertir algo tan común como la permanente lucha de una persona consigo mismo en una apoteosis cinematográfica en toda regla, donde se dan la mano de manera memorable la forma y el contenido, la narración y lo visual, la historia y su aspiración eterna, la grandeza de los límites a los que puede llegar el ser humano, tan bellos como desoladores. Como el eco de unos aplausos finales que marcan el triunfo y la tragedia, los dos términos que, quizás, más se acerquen a lo que realmente significan la perfección y sus consecuencias.


"Winter,s Bone" - Melodía de banjo




Coinciden este año, entre las diez películas nominadas al Oscar, dos western tan similares como alejados el uno del otro. Por un lado, “Valor de ley”, el conmovedor homenaje que los Coen hacen al género que convirtió en arte John Ford y en leyenda John Wayne. Por el otro, “Winter,s Bone”, un film que, bajo su apariencia actual, esconde un western crepuscular ambientado en los bajos fondos de la América más desconocida, aquella donde los adutlos viven en chavolas llenas de cocaína y los niños deben aprender pronto a utilizar un rifle. No hay caballos, sino viejas camionetas, no hay duelos al sol, sino golpes en la noche, no hay frases lapidarias, sino silencios incómodos que elevan la tensión a su máximo nivel. Sin embargo, si que encontramos búsqueda de la venganza, desesperación, desoladores paisajes por los que la protagonista de esta historia vaga en busca de su padre desaparecido y juicios morales que conectan de manera directa con las historias del Oeste más tradicional.


“Winter,s Bone” propone una narración seca, sin apenas apoyo musical, que recuerda en su atmósfera al Eastwood más oscuro y en sus modos a los Coen de “No es país para viejos”, por lo árido de un ritmo que no facilita la visión de la cinta y que puede provocar el sopor y aburrimiento en el espectador. La directora Debra Granik ofrece una película gélida, llevando hasta las últimas consecuencias su forma de entender el relato, contagiándose de la frialdad con la que su personaje principal, una sobresaliente Jennifer Lawrence, afronta el reto de enfrentarse a un grupo de personajes tan aterradores como desoladores.


A pesar de una trama sencilla y, en cierto modo, carente de originalidad, “Winter,s Bone”, supone un ejercicio narrativo en toda regla, un ejemplo de entender cada vez más escaso en la actualidad, centrándose en los personajes por encima del contexto, tomándose el tiempo necesario para cada escena, sin grandes alardes ni prisas, dejando a la historia fluir hasta desembocar en una escena desgarradora y memorable por su forma y contenido. En definitiva, una película en la que es difícil entrar y sencillo salir, por lo que es necesario agudizar todos los sentidos para empaparse y temblar con una historia que parece contada con el poso de melancolía que caracterizan algunas de las melodías de banjo que sirven como prólogo y epílogo de la cinta. En cada una de esas notas se puede apreciar el aroma clásico, no del western, ni del cine, sino de la esencia última del ser humano. La búsqueda constante de una meta por encima de las dificultades. Conseguirla o no, es otra cosa.

miércoles, 16 de febrero de 2011

"Enredados" - Otro cantar



Os contaré un secreto: cuando me enfrento al papel en blanco para hacer una crítica, intento ambientarme del mejor modo posible, en concreto, poniéndome de fondo la banda sonora de la película sobre la que voy a escribir. Pues bien, continuando con esta tradición me he organizado una recopilación con bandas sonoras de Walt Disney para hablar del último trabajo de la compañía animada, “Enredados” o, lo que es lo mismo, una relectura de la historia de Rapunzel. A priori, todo acompañaba al film para que lograra el éxito. Venía precedida de la genial “Tiana y el sapo”, una vuelta a los orígenes de la magia Disney más tradicional, tenía a una princesa carismática y, medianamente, conocida entre el público y unas canciones firmadas por Alan Menken, reconocido compositor dentro de la factoría por sus inmortales obras para, entre otras, “Aladdin”, “La sirenita” o “La bella y la bestia”. Por todo esto, da tanta rabia que “Enredados” se quede a medio camino de todo.

Servidor, a estas alturas, no tiene problema alguno en definirse como fanático del cine de Disney. En sus clásicos mayores (“Pinocho”, “Dumbo”, “La cenicienta” o “Robin Hood”) uno puede encontrar las claves y señas de identidad del mejor cine. La emoción, el romance, el humor, el drama e, incluso, lo tenebroso se daban la mano en películas redondas en forma y contenido, educativas y entretenidas, llenas de una verdadera magia que se convirtió en marca característica de la empresa. Aunque, si hay que citar alguna película como la auténtica obra maestra de Disney muchos, entre los que me incluyo, citaríamos “Mary Poppins”, una de las mejores películas de la historia del cine, es cierto que los dibujos animados siempre han sido los auténticos protagonistas de las historias que llevan marcando generación tras generación. Por eso, aún resulta extraño ponerte unas gafas 3D y ver al mismísimo Mickey Mouse dándote la bienvenida al cine de manera tridimensional. Quizás Disney debería plantearse no apostar tanto por la renovación tecnológica y seguir con la senda de animación tradicional que, casi siempre, le ha reportado mejores resultados.

En cualquier caso, “Enredados” es un sano entretenimiento que permitirá, especialmente a los más pequeños de la casa, pasar una agradable hora y media con unos personajes a los que, sin embargo, la falta de personalidad y carisma, les distanciarán del público adulto, un sector que verá como el espíritu Disney está presente pero de un modo descafeinado. La comedia no termina de cuajar exceptuando los clásicos personajes animales que aportan sus dosis de humor y las canciones, en la mayoría de ocasiones, restan más que suman. Lo único que se aprovecha al cien por cien es el romance, el cual llega a su clímax en la brillante escena de los farolillos. Lástima que, para entonces, uno tenga la certeza de que “Enredados” es un Disney menor, una fábula que podría haber venido firmada por cualquier compañía de animación. Y, si algo destacaba en la factoría de Mickey, Pluto y Donald era la maestría para convertir algo tradicional en mágico. Aquí se ve el truco y, por desgracia, no nos deja especialmente fascinados. Comieron perdices, si, pero la felicidad, nunca mejor dicho, es otro cantar.

The Fighter - Cuadrilátero de tópicos



Siempre es difícil hablar de películas como “The fighter”. Y no es, precisamente, por que tenga una trama apasionante de la que es mejor no saber nada antes de entrar al cine, todo lo contrario. La nueva película del director David O.Russell es un cúmulo de tópicos, una historia contada una decena de veces más y, lo que es peor, la mayoría de veces, mejor. Y es que es inevitable que a lo largo de sus 115 minutos a uno se le vengan a la cabeza las sensaciones que sintió viendo “Million Dollar Baby”, “Ali” o “Toro Salvaje” y, con semejantes contrincantes en frente, “The fighter” pierde por KO en el primer asalto.

Estamos, en cualquier caso, ante una película correcta en todo momento, con un comienzo prometedor y contada con una elegancia y clasicismo dignos de mención. El principal problema es la falta de elementos novedosos o diferentes en la eterna historia de redención de un boxeador con problemas. Y es que, si algo diferenciaba a las películas de Eastwood, Mann o Scorsese mencionadas anteriormente, era que, dentro del tópico, sabían encontrar un punto de inflexión en su trama que las convertía en, además de clásicos, obras diferentes, oscuras, melancólicas, y, en cierta manera, arriesgadas, algo a lo que “The fighter” ni siquiera se acerca.

Quizás por todo esto destaque de forma tan sobresaliente el trabajo de algunos miembros del reparto,y eso que su protagonista, Mark Whalberg, vuelve a ofrecer su peor cara con una interpretación vacía y falta de vida, lo peor que le podía pasar a un personaje que pide a gritos un carisma y orgullo que nunca llega a tener. Pero ahí aparecen unas maravillosas Amy Adams y Melissa Leo para robar cada uno de los planos por los que asoman con toda la facilidad del mundo. Pero, si toca mencionar a alguien en especial, ese es Christian Bale. Auténtico cerebro, corazón y, hasta músculo, de la cinta, Bale regala el mejor trabajo de su carrera, una interpretación apabullante que se convierte, sin duda, en lo más memorable de “The Fighter”.

Como bien ejemplifica su cartel promocional, público y crítica se han rendido a los pies de “The Fighter”, convirtiéndola en una de las películas más nominadas en casi todas las galas de premios que se van sucediendo en estos meses y, además, consiguiendo cifras de recaudación nada desdeñables, especialmente en Estados Unidos. Sin embargo, no parece demasiado arriesgado imaginar que, dentro de no mucho tiempo, quizás el próximo año, pocos nos acordemos de los logros sentimentales y deportivos de Micky Ward y su hermano mayor. Puede que entonces tengamos en cartelera otra historia de superación y redención ambientada en el mundo del deporte. Esperemos que, para entonces, nos noqueen con algo más que convencionalismos y tópicos. Propongo, humildemente, que utilicen la emoción. Suele funcionar.

"Valor de ley" - Como las de antes





Nieve. Un hombre asesinado frente a su casa. Tan cerca y, a la vez, tan lejos de su refugio, del abrazo de su mujer, del calor de su familia. Un borracho cabalga solitario, manteniendo como puede su figura entre la niebla oscura de la noche, difuso, inconsciente, quién sabe si arrepentido. La voz de una niña nos cuenta el valor de la venganza, del sacrificio, del perdón. Y una melodía de piano, entre épica y triste, da comienzo a "Valor de ley", un western que se estrena en 2011, pero que perfectamente lo podría haber hecho en 1940, inicio de una década que supuso la época dorada de este género cinematográfico en constante muerte y resurección.

La nueva película de los hermanos Coen tras la, tan amada como odiada, "Un tipo serio", no solamente reúne los códigos más característicos del conocido western crepuscular, como pueden ser la soledad del héroe o las reflexiones sobre la moralidad y ética de las acciones y decisiones de cada personaje, sino que se impregna de un maravilloso aroma al más tradicional "cine del Oeste", es decir, unos buenos buenísimos, unos malos malísimos, paseos en caballo al anochecer o tiroteos desde las más altas montañas. En esa mezcla reside uno de los máximos logros de una película redonda desde todos los puntos de vista. Una manera de reinterpretar el género desde el homenaje y, a la vez, la poesía inherente que siempre ha tenido el western.

Comandada por un inmenso Jeff Bridges, acompañado de la modélica Hailee Steinfeld en su debut en la gran pantalla y un sobresaliente Matt Damon en una de sus mejores interpretaciones, "Valor de ley" supone el regreso al mejor cine de Joel y Ethan Coen, ese en el que podemos encontrar títulos tan dispares como "Muerte entre las flores", "Fargo" o "El Gran Lebowski". Algunas de sus señas de identidad siguen apareciendo, como su inevitable humor absurdo, pero, en esta ocasión, ofrecen una emotiva poesía visual que pocas veces, o ninguna, se había visto en su cine. Sirva como ejemplo la, mencionada, escena inicial o su, tan épico como conmovedor, desenlace.

En definitiva, los hermanos Coen no han hecho una obra maestra. Han firmado un clásico. Por eso, cuando en la cabeza resuenan aún los compases de la memorable banda sonora compuesta por Carter Burwell, se mantiene esa sensación de haber visto una película, en el mejor sentido de la expresión, como las de antes. Un film que, quien sabe, repitan en la televisión dentro de 60 años y le haga pensar a algún chico: "vaya, así se hacía el cine antes". Y, entonces, alguien debería decirle, comolo hacen ahora los Coen : No, "hermanito", así se hacía, hace y hará, el mejor cine, siempre.

lunes, 14 de febrero de 2011

"127 Horas" - Reír o llorar




Todavía recuerdo la primera vez que vi “Trainspotting”, la, todavía hoy, mejor película de Danny Boyle. Una obra atemporal, definidora de una generación, la de los noventa, extrema en su descontrol y en su visión casi apocalíptica de la sociedad que les rodeaba. Con aquel film de 1996, Boyle conseguía reunir todas sus influencias, desde Tarantino a Scorsese pasando por el género del videoclip, para terminar dando forma a un lenguaje visual propio, arriesgado y lleno de nervio, rico en pequeños logros visuales y, especialmente, memorable en el modo en el que es utilizado para presentar y dibujar a los personajes. En aquel momento, los ojos de la industria se centraron en el director británico situándolo como uno de los valores seguros del cine europeo. Quince años después, Boyle no solamente no ha logrado estrenar ninguna película que se acerque a la calidad de aquella, sino que ha ido creando una filmografía basada en films que, en su mayoría, rozaban el ridículo. Con “127 Horas”, finalmente, lo ha alcanzado.

Tras la sobrevalorada “Slumdog Millionaire” que, además de conseguir el favor del público, le reportó nada más y nada menos que ocho premios de la Academia, invadía la incertidumbre de cual sería el siguiente paso de un director que, eso sí, apuesta por historias diferentes. Finalmente, se anunció que Boyle se encargaría de llevar a la gran pantalla la historia real de Aaron Ralston, un montañero norteamericano que, en mayo de 2003 , durante una escalada en Utah quedó atrapado e inmovilizado por un roca durante 127 horas. La premisa argumental cumplía las expectativas de innovación y carga dramática suficientes como para entender porque el británico había decidido aceptar el reto. Lo que pocos se podían esperar era el modo en el que lo haría.

Con un notable James Franco que lucha contra las circunstancias, y contra su director, y que intenta transmitir con la mirada todo el sufrimiento, desesperación y reflexión interior que provoca el suceso en su personaje, “127 Horas” no encuentra en sus escasos 93 minutos un ápice de cordura, de conexión con el espectador, de control y sentido común en su narrativa. Danny Boyle se encarga de llenar la película de trucos visuales absurdos y momentos que despiertan la vergüenza ajena. La emotiva historia que se cuenta queda relegada a un segundo puesto a favor de una dirección a todas luces excesiva que convierte al film en una sucesión de videoclips y anuncios de bebidas energéticas y paisajes rocosos. Cuando llegamos al clímax final poco interés queda en saber como se las va a apañar Franco para escapar, o no, de su cárcel de piedra. Para entonces, Boyle ya se ha encargado de convertir su modo de dirigir en el único protagonista de la película. “127 Horas” cuenta una historia de superación personal épica, pero aquí lo que realmente parece importar es la forma y no el contenido. Y uno, al final, no sabe si reír o llorar y eso, con lo que se está contando en la pantalla, es grave. Ahora, si me permitís, voy a ver buen cine. Creo que ponen “Trainspotting” en la tele.

miércoles, 9 de febrero de 2011

"Primos" - Lo que realmente importa




A priori, sorprende que un tipo tan defensor del drama como es el director Daniel Sánchez Arévalo haya firmado la mejor película de su carrera con una comedia romántica como "Primos". Pero quizás no debería extrañarnos tanto. Y es que, sus dos obras anteriores, la notable "Azuloscurocasinegro" y la excesiva, en todos los sentidos, "Gordos", escondían en su interior una buena dosis de humor sepultada por un dramatismo e intensidad latente en cada fotograma. "Primos" da la vuelta a la tortilla y bajo la capa de comedia alocada esconde un corazón dramático de alto voltaje que, por tópico, no deja de ser conmovedor.

La historia de estos tres primos inmaduros que viajan al pueblo de veraneo de su infancia para olvidarse de sus problemas y conflictos supone, además de un entretenimiento puro y duro, una reflexión sobre la necesidad del ser humano de escapar de sus problemas en el mundo adulto, de encontrar y agarrarse a la primera opción que se le aparezca para desaparecer del lugar del conflicto como si esperara que se solucionara solo. Los protagonistas de una de las mejores comedias que nos ha ofrecido el cine español reciente consiguen, sin apenas esfuerzo, calar entre un público al que no debe costarle trabajo identificarse con cualquiera de los memorables personajes que se nos presentan. Despiertan el mismo cariño con el que, se intuye, han sido creados por la mente de un Sánchez Arévalo que demuestra, por tercera vez consecutiva, ser uno de los mejores guionistas de nuestro cine ,a demás de un espléndido director. A todo esto ayuda un reparto en el que es completamente imposible destacar a uno u a otro. Todos ellos, desde un Quim Gutiérrez pletórico, hasta una Inma Cuesta absolutamente maravillosa, pasando por el, siempre, genial Raúl Arévalo o la excelente Clara Lago, pocas veces se ha visto a un grupo de intérpretes tan naturales, convincentes, reales y cercanos. Todo al mismo tiempo.


Dotada de un ritmo equilibrado donde todas sus facetas y tramas confluyen sin molestarse las unas a los otras, "Primos" es una joya que encuentra en su, aparente, falta de aspiraciones su mayor éxito. Lo espontáneo del amor, lo complejo de la derrota, la superación de los miedos o la toma de decisiones, se hace mejor desde la sonrisa, aunque eso no reste ni un ápice de emoción. Y, aunque la realidad siempre supera a la ficción, Daniel Sánchez Arévalo lo sabe,y por eso ha preferido secar las lágrimas de sus personajes y cambiarlas por risas y buenos sentimientos.

No importa como entres al cine, si has tenido un mal día, si todo te ha ido genial o si necesitabas refugiarte bajo la luz de un proyector. A veces todo es tan sencillo que tres primos bailando una canción de los Backstreet Boys te alegran el día. O que escuchar una declaración tan original, genial y conmovedora como "te prequiero" te pone un nudo en la garganta. Y, todo eso, con la sonrisa permanente en la cara. Puede que "Primos" no sea una obra maestra en el sentido estricto del término. Pero es una grandísima película hecha con el corazón. Y eso, a veces, es lo que realmente importa.


martes, 1 de febrero de 2011

"Red" - Fiesta privada




La reunión de varias estrellas consagradas de Hollywood suele funcionar bastante bien tanto en taquilla ("Los mercenarios"), como en crítica ("Ocean,s eleven"). Sirva la saga de ladrones de Danny Ocean, exceptuando su indefendible segunda parte, como ejemplo de como mezclar el glamour de grandes estrellas, George Clooney, Brad Pitt o Matt Damon, con una trama divertida y fresca con la que, se nota, que ellos se lo pasan de miedo pero que, además, contagian al espectador. Por eso no es muy difícil imaginar a los productores de "Red" frotándose las manos al conocer el casting de vacas sagradas con las que contaban, como son Bruce Willis, Morgan Freeman, John Malcovich o Helen Mirren. Y está claro que la fórmula, en ese sentido, funciona.


Ver a ese reparto tan carismático en pantalla es un lujo que se intuye irrepetible. El problema es que, más allá de eso, no queda más que un mero entretenimiento sin nada especialmente memorable. Una historia torpe e innecesariamente enrevesada para lo simple que finalmente es, y una dirección plana y sosa de Robert Schwentke, responsable de las decepcionantes "Plan de vuelo: desaparecida" y la reciente "Más allá del tiempo", terminan por desequilibrar una película que no es tan divertida como debería, ni tan paródica como pretende.


"Red", sin llegar a ser un mal pasatiempo, se queda muy por debajo de las posibilidades que planteaba. Sin embargo, lo que uno siente mientras ve las notables escenas de acción y los moderadamente divertidos chascarrillos que estructuran "Red", es que está asistiendo a una fiesta privada donde la sonrisa solo aparece cuando Willis exclama alguna de esas frases que parecen robadas de la próxima entrega de "Jungla de Cristal". Por lo demás, pocas novedades, Morgan Freeman haciendo de Morgan Freeman y John Malcovich repitiendo el mismo papel que ya bordó en la estupenda "Quemar después de leer" . Por no sorprender, no lo hace ni Helen Mirren que vuelve, otra vez, a llenar la pantalla. Ellos parecen pasárselo muy bien pero, al menos yo, prefiero las fiestas en Las Vegas de Clooney y compañía.