viernes, 5 de noviembre de 2010

"Los ojos de Julia" - Menos, es más




La sensación de desasosiego, de tensión máxima en la butaca es aquella que se produce cuando un personaje, por poner un ejemplo, recorre un pasillo hasta una puerta donde se intuye un pequeño hilo de luz. El suspense, realmente, no está en que hay detrás, sino el camino que lleva hasta allí. Los pasos, el silencio, la oscuridad. Hay, o debería haber, una regla no escrita en el género del thriller que subraya la necesidad de sugerir más que mostrar, de que menos, casi siempre, es más. La magia del momento se produce cuando ese “algo” estalla, cuando nuestro protagonista abre esa puerta o cuando ese suceso se materializa. Si, es efímero, pero la intriga que hemos sentido es lo que realmente buscamos cuando vamos a ver un thriller. “El orfanato”, referencia inmediata de esta “Los Ojos de Julia” que nos ocupa, por responsables, no por historia, conseguía casi todos sus propósitos: angustiar, asustar, intrigar y emocionar. Sin embargo, esta especie de sucesora, se queda a medio gas, provocando al espectador, más que sugiriendo.


El guión y dirección de Guillem Morales se tambalea desde sus mismas bases. Un argumento en constante lucha consigo mismo sobre qué contar y el modo de hacerlo, donde un alto número de logros visuales intentan salvar unos agujeros de guión destacables. Especialmente en su comienzo, que no prólogo, “Los ojos de Julia” machaca al espectador con la continua necesidad de provocar una tensión demasiado artificial y calculada, de subrayar un misterio que si, que es cierto que está ahí, pero que deberían dejar fluir sin la necesidad constante de remarcar, a base de música grandilocuente y miradas intensas, la historia de unos personajes a los que el guión utiliza como marionetas, desdibujándolos hasta límites que rozan el ridículo. Entre todo ellos, se eleva, y de que manera, la Julia del título, a la que interpreta una Belén Rueda que, aunque bordeando la sobreactuación, termina ofreciendo un auténtico tour de force interpretativo que la sitúa entre las actrices más destacadas del panorama español. Sin duda, lo mejor de la propuesta.

En cualquier caso, además de su protagonista, en “Los ojos de Julia” podemos encontrar más razones para no arrepentirnos por haber pagado la entrada. Hay escenas deslumbrantes y, a pesar del delirio argumental, sus últimos 45 minutos están llenos de ritmo frenético y giros lo suficientemente divertidos como para no aburrirse ni un instante. Bien es cierto que, para entonces, la esperanza de ver algo más que bueno ha desaparecido. La taquilla ha respondido, situándola en lo alto de las películas con mayor recaudación del pasado fin de semana, pero lo que parece más complicado es que, dentro de unos meses, su recuerdo permanezca ligado a algo más allá de las expectativas cumplidas a medias. “Los ojos de Julia”, se toma demasiado en serio a si misma, intenta convencerse de que se trata de un artefacto de tensión perfecto. Pero se equivoca en la forma y uno termina con la sensación de que, de acuerdo, se ha asustado, pero nadie le ha contado el trayecto hasta la puerta. Más tensión, menos sustos. Más emoción, menos angustia. Menos, es más.

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