sábado, 23 de abril de 2011

"Código Fuente" - Ocho minutos




Canta Andrés Calamaro en la mejor canción de su impecable repertorio, "Paloma", aquello de: "si me olvido de vivir, colgado de sentimientos, voy a vivir para repetir otra vez este momento". Leída, simplemente parece una de las, múltiples, perlas líricas del genio argentino pero, también sirve, más allá de suponer una muestra de romanticismo desbocado, el que, a la postre, es el núcleo central de "Código Fuente", la segunda película como director de Duncan Jones el, como apunte, responsable de la brillante "Moon" y, como cotilleo gratuito, hijo de David Bowie. La reiteración de un mismo momento, la necesidad de vivir intensamente cada segundo, el inevitable tic tac del reloj ante un desenlace inminente, se descubre como corazón de una película que encuentra en la ciencia ficción su contenido y en Alfred Hitchcock, su forma. El resto de logros, muchos, son cosa de Jones.

Su mencionado debut, "Moon", ya mostraba las dotes del realizador para contar con brío y contundencia una historia paranoica y asfixiante con la que "Código Fuente" solamente comparte un par de apuntes pseudofilosóficos que, para ser honestos, son lo más flojo del conjunto. Y es que, con este segundo largometraje, Jones ofrece un recital de como armar un buen thriller, partiendo de una premisa tan arriesgada como genial. Todo en "Código Fuente" está contado con sabiduría narrativa y con ritmo trepidante, algo que alcanza aún mayor mérito si tenemos en cuenta que el 80 por ciento del relato se produce en un mismo lugar, en una misma escena y con unos mismos elementos. Pero, ahí reside el éxito de la película, en la capacidad para evolucionar, para ir descubriendo, poco a poco, las cartas de una partida que, como casi todas, se la juega definitivamente en la última tirada, es decir, su desenlace, en esta ocasión, más sencillo de lo que parece y más complejo de lo que debiera.

Juego de espejos y pequeños detalles, "Código Fuente", une el clasicismo del thriller más convencional, ataque terrorista incluido, con la ciencia ficción más reciente, (¿quién dijo "Origen"?), para dar forma a un espectáculo narrativo, que no visual, al que pocos "peros" se le pueden poner más allá del romanticismo del que, en ocasiones, abusa. En definitiva, el segundo trabajo de Duncan Jones sirve para confirmar, al menos, tres cosas. Por un lado, que aquí hay un director hecho y derecho. Por otro, que el género del thriller, mientras estén al frente gente como Nolan, Fincher o Jones, estará en buenas manos. Y, por último, que una historia, cuando está bien contada, se pasa volando. Como si fueran ocho minutos, vamos.

"Scream 4" - Cosas que nunca cambian



Parece que fue ayer cuando, por primera vez, nos encontramos ante el temido Ghostface, ese asesino carismático y ágil, capaz de aparecer tras una puerta y, al segundo, salir de un armario cuchillo en mano. Aquella primera llamada, aquella frase que helaba los nervios ("¿cuál es tu película de terror favorita"?), aquel primer asesinato, aquel primer grito. Y, reitero, parece que fue ayer pero, desde que Wes Craven se sacara de la manga "Scream", la película que dió inicio a un subgénero del terror basado en las dosis exactas de sustos, humor y chicos/as guapos/as con un destino final bastante claro, han pasado, nada más y nada menos, que 15 años. Desde entonces, ya se sabe, dos secuelas que mantuvieron el tipo, en especial la segunda, y una larga lista de films de terror adolescente que le deben la totalidad de su existencia a esta saga que llega, en el 2011, a su cuarta entrega. Cuando nadie la esperaba.

El principal enemigo que se le suponía al regreso de Ghostface era, justo eso, el paso del tiempo. Aquellos adolescentes que llenamos las salas de cine de gritos y risas en los noventa hemos crecido y, a estas alturas de la película, difícil era que Craven nos sorprendiera. Por otro lado, el público actual se ha visto sometido a tal cantidad de estrenos de terror, imposible enumerarlos, que tampoco parece sencillo que se vean cautivados por la saga, sino lo han hecho ya o si, poniéndonos en lo peor, su referencia directa es la parodia, es decir, "Scary Movie". Por eso, Wes Craven y su inseparable guionista, Kevin Williamson, no han querido arriesgar y han planteado "Scream 4" del mejor modo posible, como una tormenta de referencias, tanto propias como externas, que dan forma a la que, posiblemente, sea la película más retroalimentada que ha pasado por nuestras carteleras en mucho tiempo.

Festival de sustos y sangre, de cine dentro de cine, "Scream 4" patina, precisamente, en la que era una de sus señas de identidad, el sentido del humor, demasiado infantil y reiterativo en esta ocasión y que lastra, en ciertos momentos, el ritmo de la trama. Pequeño "pero" para una película que no desmerece ante sus predecesoras, obviando el hecho de que la primera entrega sigue siendo la mejor por lo novedoso de la propuesta, y que apuesta por lo que Wes Craven y su icónico Ghostface, han buscado siempre: entretener, entretener y entretener. El tiempo ha pasado, si, pero "Scream", quince años después y en su cuarta entrega, sigue siendo una excusa perfecta para asustarse. Después de todo, ya se sabe, hay cosas que nunca cambian.

martes, 19 de abril de 2011

"Caperucita Roja" - Las orejas del lobo




Si por algo destaca el cuento original de "Caperucita Roja" es por su lado tenebroso, ese aroma a historia de terror que se podía leer entre líneas en una trama que alcanzaba su clímax en la, tan surrealista como oscura, escena del lobo feroz disfrazado de abuelita. Los responsables de la adaptación cinematográfica que acaba de estrenarse tenían, por lo tanto, buenos mimbres para dar forma a una estimable película de terror, la oportunidad de aprovechar y explotar las virtudes, muchas, de un cuento universal. Pero con lo que no contaban, o quizás si, era con Catherine Hardwicke, directora responsable de ese producto tan exitoso como infumable llamado "Crepúsculo", una saga que, pese a su indiscutible fama entre un público adolescente ávido de vampiros enamorados y hombres lobo fornidos, supone, especialmente en su mencionado primer capítulo, un deficiente artefacto cinematográfico. La cuestión es que, de un modo u otro, "Caperucita Roja" llega a las temibles manos de Hardwcike. Y las dudas pronto pasan a convertirse en certezas.

Desde sus títulos de crédito, hasta su risible final, esta nueva "Caperucita Roja" decide eliminar cualquiera de los elementos clásicos del cuento en el que, supuestamente, se basa a favor de una trama de telenovela (mala) destinada a satisfacer la sed de cursilería del público adolescente "crepusculiano". Se basa, especialmente, en un triangulo amoroso tan deficiente, risible y soso, que convierte al de la saga vampírica en referente. La evolución de sus tres personajes principales, de los cuales solamente conviene salvar de la quema a una Amanda Seyfried a la que no se le puede negar personalidad y carisma, es previsible, monótona y, para colmo, carece de cualquier química posible entre sus intérpretes. Y es que, no nos engañemos, la conversión de "Caperucita Roja" en love story solo se entiende como, más que discutible, método de atracción de espectadores. Lo peor de todo es que, en alguna que otra sala de cine, se escuchará algún suspiro enamorado ante las demostraciones de cursilería empalagosa que llenan el guión firmado por David Johnson.

Pero no todo es negativo en la película de Hardwicke. Es innegable que la ambientación y atmósfera están ahí, que consiguen, sin mucha dificultad, introducirte dentro del relato. Y, además, cuenta con un punto fuerte a su favor, su subtrama basada en el tópico, pero efectivo, "¿quién ha sido?". Sucede que, cuando la película aparca su romanticismo impostado de anuncio de perfume navideño, y se centra en el misterio, alza el vuelo, convirtiéndose en una especie de "Cluedo", basado en la búsqueda del culpable. Es cierto que tampoco hace falta ser un genio para dar con la solución, pero hasta que eso sucede, uno puede ir dando forma a sus sospechas y conclusiones.

En definitiva, y más allá de si era, o no, necesaria esta adaptación, "Caperucita Roja" supone una entretenida estupidez que quedará como la película de terror que nunca llegó a ser, lastrada por el tufo "Made in Crepúsculo" que destilan la mayoría de sus escenas. Por eso, a pesar de las dos intrascendentes referencias a su original literario, da pena observar como el cine de hoy en día se retroalimenta de sus propios éxitos para vestir, con diferente vestido, al mismo modelo cinematográfico. Pero, cuando salió a la luz que sería Hardwcike quién estaría detrás de la cámara empezamos a verle las orejas al lobo. Demasiado.

domingo, 10 de abril de 2011

"Encontrarás dragones" - Amén



Empecemos con la trama. "Encontrarás dragones" trata sobre la vida y obra de José María Escrivá, creador de la organización religiosa Opus Dei. Él es el máximo protagonista de una película que está viviendo un inesperado éxito en la taquilla de nuestro país. Y, a pesar de que un servidor no comulga, nunca mejor dicho, en absoluto con la ideología que se muestra sin timidez a lo largo de la película, y que no hace falta ser un genio para saber cual es, comprendo a todos aquellos que han salido satisfechos tras ver una película que, a pesar de unos tremendos fallos que a punto están de acabar con ella, consigue equilibrar sus virtudes e, incluso, llega a ofrecer momentos de buen cine.


La mayor parte de culpa de estos logros vienen del mismo lugar: la silla del director. Y es que, Roland Joffé, autor de la notable "La Misión", demuestra una vez más su buen hacer en el cine religioso/histórico gracias a una espléndida dirección que se convierte, sin lugar a dudas, en lo mejor de la película. Todo lo contrario que la estética que da forma a la historia, rancia, antigua, como si de un episodio de "Cuéntame" adaptado a la gran pantalla se tratase. En el plano interpretativo tampoco hay mucho que destacar, si acaso, la comedida interpretación de Charlie Cox ante un personaje que podría haber caído, fácilmente, en la estridencia.


Nos encontramos, en definitiva, ante un estimable relato humano y divino cuyos errores se ven compensados con elementos, como la estupenda banda sonora, y algunas escenas (la primera aparición a Escrivá), que acercan la película hacia ese lugar tan extraño y poco definido donde descansan las historias que, aún sin creer en ellas, consiguen interesarte e, incluso, emocionarte ligeramente. No llega a milagro, pero casi. Amén.

"¿Para qué sirve un oso" - El exceso de la virtud



La amabilidad es un don del ser humano. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Los buenos detalles, la sonrisa, el disculparse por los errores, agradecer los favores que se dan y demás, suponen una virtud en peligro de extinción. El cine puede adaptarse a este cúmulo de situaciones, a esas buenas maneras, a ese intento incesante de contar historias para toda la familia que permitan situar la manida frase de promoción: "le gustará a tu hermano de 5 años y a tu abuelo de 80". Tom Fernández, el cual desarrolló, de manera más que evidente en casi todos los aspectos de sus largos, su carrera en el mundo de la televisión, consiguió un, cuanto menos sorprendente, éxito de taquilla y crítica con su debut en la gran pantalla, "La torre de Suso", intrascendente homenaje a la amistad, madurez y pérdida. No obstante, estaba resuelta con astucia y buen tono, ayudado por un grupo de intérpretes que mostraban su eficacia ante unos personajes bien dibujados. Podríamos decir que aquellos detalles sustentaban, en cierto modo, el conjunto, pero, con su segunda película, esta "¿Para qué sirve un oso?", a Fernández no hay quien le salve.


Difícil hablar de una película que cuenta tan poco y de manera tan sosa y monótona. Para resumir, todos nos sabemos de memoria lo que va a ir ocurriendo a lo largo del metraje, todos conocemos a esos personajes y sabemos lo que les va a pasar, como les va a pasar y, lo peor, como se van a resolver sus, supuestas, tramas. Y es una lástima por que Fernández cuenta con un tridente de actores (de los secundarios mejor no hablar) carismáticos y admirables para lo poquito que tenían donde rascar. Emma Suárez vuelve a ser dulce y encantadora, mientras que Gonzalo de Castro, pese a caer en sus tics más reconocibles, da forma al personaje más interesante del relato, mucho más que su "hermano", un como siempre, espléndido Javier Cámara.


Más allá de ellos, "¿Para qué sirve un oso?", da forma a un panfleto ecológico de hora y media llena de tópicos y buenos sentimientos con los que se prefiere optar a la media sonrisa cómplice que a la risa y, lo preocupante, es que apenas llega a alcanzar ese primer propósito. Hablaba al comienzo de esta crítica del don que supone la amabilidad en el ser humano. Aplicado a la nueva película de Tom Fernández, el exceso de virtud se convierte, inevitablemente, en defecto.

sábado, 9 de abril de 2011

"Río" - Pájaros de Ipanema



Uno de los encantos primitivos del cine es su capacidad indiscutible para transportar al espectador a mundos, lugares, a los que, por suerte o por desgracia, solamente puede acudir a través de la gran pantalla. El género que mayores beneficios está sacando de esta virtud es el de animación, quizás por el lazo imprescindible entre imaginación e historia que se plantea en el arduo trabajo de estos creadores de sueños, con mayúsculas. Los mundos de "Wall E", "Buscando a Nemo" o "Ice Age", por salir del monopolio, justificado, de Pixar, ejemplifican a la perfección el regalo que la animación brinda a su audiencia. Las formas en este género han sido siempre elemento primordial para su éxito. El nivel de genialidad, y consecuente respeto y admiración por parte de la industria, de las cintas de animación en los últimos años se debe, principalmente, al maravilloso equilibrio que se ha creado entre la forma y el contenido. "Río", último estreno animado de lo que llevamos de año, desequilibra la balanza a favor de lo que rodea a la historia, en vez de pulir la misma.

Quizás por lo malacostumbrados que nos tienen los genios de Pixar, omnipresentes cuando se trata de hablar de cine de animación, la historia de "Río" sabe a poco. Nos han contado esta trama de adaptación a un mundo nuevo y posterior superación de trauma demasiadas veces y con el mismo, o mejor, resultado. Nada nuevo bajo el sol en lo que a argumento se refiere. Pero es que, para los creadores de "Río" está claro que lo verdaderamente importante es el astro rey que brille en lo alto de Río de Janeiro, a la postre, auténtico protagonista de la cinta.

Como si de un festival de luces y colores se tratase se nos presenta ante nosotros la ciudad brasileña como lo hacía París en la deliciosa "Rataoutille", es decir, como parte imprescindible de la historia central, como elemento en constante movimiento, escenario perfecto para las vicisitudes que se van presentando en el camino de Blue y sus compañeros, unos secundarios con más o menos carisma pero a los que, inevitablemente, se les termina cogiendo cariño. Y eso es, básicamente, lo que ocurre con "Río", que uno termina conquistado por su encanto especial y diferente. Ese que le aporta, por ejemplo, un bucólico paseo por el atardecer brasileño a ritmo de bossa nova acompañados, no por la chica de Ipanema, sino por sus pájaros. Igual de lindos, por cierto.

lunes, 4 de abril de 2011

"Invasión a la tierra" - Por suerte o por desgracia




A estas alturas deberíamos estar más que tranquilos antes la posibilidad de que algún ser del espacio exterior decida atacar nuestro mundo. No importan las armas que traiga, los planes malignos que haya trazado ni la fuerza e inteligencia superior con la que pueda contar. Mientras decida iniciar esa batalla en los Estados Unidos, podemos dormir a pierna suelta sin desperdiciar un segundo de nuestro tiempo en preocuparnos. Los americanos consiguieron acabar con ellos en la entretenida "Independence Day", la hilarante "Mars Attack", la infame "Skyline" o, la brillante, "La guerra de los mundos". En esta ocasión, y para no variar en exceso el mensaje, contexto y situación, los alienígenas han decidido destruir nuestro planeta, en esta ocasión, para robarnos el agua. Menos mal que han optado por situar su puesto de mando en Los Ángeles, donde los valientes marines americanos están preparados para terminar con toda opción de victoria extraterrestre. Lo sé. Suena a película ya hecha, a historia mil veces contada,pero, quizás por eso, poca gente vaya a salir decepcionada tras ver esta "Invasión a la tierra".

Y es que, la película de Jonathan Liebesman ofrece al público todo lo que se le puede pedir a una historia de este tipo. Testosterona, explosiones, tiroteos, épica y mucha, mucha acción. Todo teñido de ese patriotismo tan característico que, en algunos casos, se ha convertido casi en señal de autor, en marca de la casa. Pero, sin duda, lo mejor que se puede decir de "Invasión a la tierra" es que, en cierto modo, se diferencia estéticamente del resto de sus referentes, utilizando un tono, casi, documental, lo que demuestra una sorprendente, por insospechada, influencia de "Black Hawk Derribado" de Ridley Scott, con la que comparte varios puntos en común,especialmente en su apología del compañerismo y valentía de unos personajes que, por desgracia, parecen sacados directamente del "manual de héroe americano". Sirvan como ejemplo las, incalculables, ocasiones en las que, tanto protagonistas como secundarios, gritan a los cuatro vientos eso de que "los marines nunca se rinden". Un subrayado ideológico tan innecesario como comprensible.

"Invasión en la tierra", nefasta traducción del original "Battle: L.A.", es uno de esos productos trepidantes y excesivos de rápido consumo, dirigido con brío y estimable sentido del ritmo, que se disfrutan con tanta velocidad como se olvidan y que suponen un, secreto, placer para todos aquellos admiradores, no del género fantástico, sino del cine bélico más actual, ese que nace con la obra maestra de Spielberg, "Salvar al soldado Ryan" y que, desde entonces, se ha instalado en el mainstream cinematográfico más reconocible. Una nueva película de extraterrestres malignos con ganas de conquistar nuestro planeta que sirve para dos cosas. Por un lado, para demostrar que el cine americano sabe, mejor que ningún otro, como contar la misma historia una y otra vez sin que, por el camino de la reiteración, se pierda ni un ápice de entretenimiento, y, por otro, que debemos estar tranquilos. Ya sabéis, "los marines nunca se rinden" y, en el cine, menos. Por suerte o por desgracia.