lunes, 14 de febrero de 2011

"127 Horas" - Reír o llorar




Todavía recuerdo la primera vez que vi “Trainspotting”, la, todavía hoy, mejor película de Danny Boyle. Una obra atemporal, definidora de una generación, la de los noventa, extrema en su descontrol y en su visión casi apocalíptica de la sociedad que les rodeaba. Con aquel film de 1996, Boyle conseguía reunir todas sus influencias, desde Tarantino a Scorsese pasando por el género del videoclip, para terminar dando forma a un lenguaje visual propio, arriesgado y lleno de nervio, rico en pequeños logros visuales y, especialmente, memorable en el modo en el que es utilizado para presentar y dibujar a los personajes. En aquel momento, los ojos de la industria se centraron en el director británico situándolo como uno de los valores seguros del cine europeo. Quince años después, Boyle no solamente no ha logrado estrenar ninguna película que se acerque a la calidad de aquella, sino que ha ido creando una filmografía basada en films que, en su mayoría, rozaban el ridículo. Con “127 Horas”, finalmente, lo ha alcanzado.

Tras la sobrevalorada “Slumdog Millionaire” que, además de conseguir el favor del público, le reportó nada más y nada menos que ocho premios de la Academia, invadía la incertidumbre de cual sería el siguiente paso de un director que, eso sí, apuesta por historias diferentes. Finalmente, se anunció que Boyle se encargaría de llevar a la gran pantalla la historia real de Aaron Ralston, un montañero norteamericano que, en mayo de 2003 , durante una escalada en Utah quedó atrapado e inmovilizado por un roca durante 127 horas. La premisa argumental cumplía las expectativas de innovación y carga dramática suficientes como para entender porque el británico había decidido aceptar el reto. Lo que pocos se podían esperar era el modo en el que lo haría.

Con un notable James Franco que lucha contra las circunstancias, y contra su director, y que intenta transmitir con la mirada todo el sufrimiento, desesperación y reflexión interior que provoca el suceso en su personaje, “127 Horas” no encuentra en sus escasos 93 minutos un ápice de cordura, de conexión con el espectador, de control y sentido común en su narrativa. Danny Boyle se encarga de llenar la película de trucos visuales absurdos y momentos que despiertan la vergüenza ajena. La emotiva historia que se cuenta queda relegada a un segundo puesto a favor de una dirección a todas luces excesiva que convierte al film en una sucesión de videoclips y anuncios de bebidas energéticas y paisajes rocosos. Cuando llegamos al clímax final poco interés queda en saber como se las va a apañar Franco para escapar, o no, de su cárcel de piedra. Para entonces, Boyle ya se ha encargado de convertir su modo de dirigir en el único protagonista de la película. “127 Horas” cuenta una historia de superación personal épica, pero aquí lo que realmente parece importar es la forma y no el contenido. Y uno, al final, no sabe si reír o llorar y eso, con lo que se está contando en la pantalla, es grave. Ahora, si me permitís, voy a ver buen cine. Creo que ponen “Trainspotting” en la tele.

No hay comentarios: