domingo, 20 de febrero de 2011

"Cisne negro" - El eco de los aplausos




Se abre el telón y bajo una tenue luz emerge,tranquila y tan frágil que parece una muñeca de cristal que podría romperse al más mínimo movimiento, la figura de Nina, una bailarina que sueña con acariciar el suelo de un teatro repleto, con alcanzar la obra de arte absoluta con su cuerpo, de transmitir con sus pasos de ballet la grandeza, épica, tenebrosa y opresiva música que Tchaikovsky compuso para “El lago de los cisnes”. Sus pies, sudor, manos, rodillas y espalda dan forma a un lienzo sobre el que la asfixia por lograr la actuación perfecta como cisne blanco y negro, ejemplo de la dualidad de todo ser humano, se cita con el terror, la ansiedad y la paranoia enfermiza que causa, tanto la presión exterior como la que cada uno provoca en si mismo en pos de alcanzar la tan ansiada perfección. Con esa imagen da comienzo “Cisne negro”, o lo que es lo mismo, uno de los thrillers psicológicos más perfectos que ha dado la reciente historia del cine, una aterradora obra de arte capaz que es, además, una continua fuente de escenas memorables que quedan ancladas en la memoria.


La premisa sobre la que se sustenta la película, sin ser especialmente original, es suficiente para que Darren Aronofski, director de, entre otras, la apasionante “Réquiem por un sueño” con la que esta “Cisne negro” guarda más de un parecido, reincida en los temas más característicos de su cine, los límites psicológicos, la angustia y desesperación por lograr conseguir un objetivo, ya sean drogas, una fórmula matemática, la vuelta a los rings o, en este caso, cumplir con el papel principal de una representación anunciada a bombo y platillo. En cualquier caso, el guión de John McLaughlin y Mark Heyman encaja a la perfección con la visión del ser humano que defiende Aronofski en cada uno de sus films.


Por eso, su labor tras las cámaras es excelsa, llena de inventiva visual, de golpes de efecto tan clásicos como meritorios y caracterizada por un pulso nervioso y casi operístico que alcanza su mayor grado estético en su apabullante desenlace, auténtica cima de una película instalada en la genialidad desde su comienzo.Y, frente a la cámara, Natalie Portman. Difícil no, imposible expresar con palabras el tour de force interpretativo que lleva a cabo. Vemos con sus ojos, sufrimos con su cuerpo, gritamos con su garganta y vivimos a través de su interpretación todo el proceso vital de Nina, de lejos, el mejor papel de su carrera y con la que, además, consigue una de las interpretaciones femeninas más impresionantes que servidor ha visto en una sala de cine.


En definitiva, “Cisne negro” supone una obra de arte, una demostración absoluta y ejemplar de como convertir algo tan común como la permanente lucha de una persona consigo mismo en una apoteosis cinematográfica en toda regla, donde se dan la mano de manera memorable la forma y el contenido, la narración y lo visual, la historia y su aspiración eterna, la grandeza de los límites a los que puede llegar el ser humano, tan bellos como desoladores. Como el eco de unos aplausos finales que marcan el triunfo y la tragedia, los dos términos que, quizás, más se acerquen a lo que realmente significan la perfección y sus consecuencias.


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